Hace tres semanas, nuestro país sufrió una de las tragedias más devastadoras de su existencia. Durante la primera semana los medios nos mostraron la magnitud de la tragedia, surgió una inmensa red de solidaridad en la que se demostró que los ecuatorianos somos desprendidos, generosos, proactivos y mucho más. En la segunda semana, en cambio, el debate empezó a demostrarnos las mezquindades y los intereses que se esconden en muchas instancias del país, pero sobre todo en quienes tienen poder sobre la opinión pública y sobre el establecimiento de la agenda de los medios.

Ahora, tres semanas más tarde, cuando la tragedia sigue latente y la crisis que ha destapado es fuerte y seguramente será muy duradera, la atención en muchos espacios se ha volcado hacia los jugos de naranja. Así de patética es nuestra realidad y así de manipulables podemos llegar a ser, al punto que dejamos que los medios nos impongan su agenda y seguimos el juego sin mirar las cosas en perspectiva.

Esta semana ha proliferado el debate sobre lo insalubre que es comprar esta bebida en las calles, las mafias que giran en torno a su comercialización (¿se puede llegar a un nivel mayor de absurdo?), los informes de entes de salubridad, la defensa a los vendedores, lo coincidencial que resulta que este tema salga a flote ahora que han subido los impuestos a las bebidas gaseosas (que son grandes pautadoras en los medios), en fin, parece increíble que de una cuestión tan simple como un jugo de naranja se desprenda un debate nacional. Este tipo de cuestiones no son gratuitas, muchas veces se utilizan como cortinas de humo para tapar asuntos realmente importantes, y es nuestro deber como lectores y ciudadanos críticos y responsables analizar los temas en su verdadera magnitud y no dejar que otros decidan por nosotros.

Si bien este asunto puede ser importante, en su dimensión social, es necesario que también exijamos información sobre otros temas, que llevemos al debate otras cuestiones que son indispensables en estos momentos convulsionados que vive nuestro país. No nos contentemos con las agendas circenses que nos quieren imponer, propongamos los temas, estemos atentos con lo que pasa a nuestro alrededor, sigamos siendo solidarios y críticos.

En la actualidad, tenemos la enorme ventaja de compartir información sin que tengan que mediar en ella los grupos de poder, podemos instalar debates ciudadanos, dar nuestras opiniones, emprender redes de solidaridad alejadas de los canales ‘oficiales’ y mezquinos. No entremos en el juego, usemos nuestras herramientas y nuestras palabras para construir, para resurgir, no dejemos que se burlen de nosotros.