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Cuando la intención es confundir

Cuando la intención es confundir

Cuando la intención es confundir
01 de junio de 2015 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Entre todos los estilos de escritura, quizá uno de los que mayor dolor de cabeza nos produce es el de la escritura jurídica. Leer una ley o un contrato muchas veces suele convertirse en una engorrosa tarea de decodificación y adivinación. En este mundo confuso, un adjetivo, una preposición o un signo de puntuación suelen prestarse a numerosas interpretaciones, tantas como lectores o intereses existan. Varias veces he escuchado a abogados y a personas afines con las leyes comentar que los textos confusos son intencionales, es decir, la escritura es complicada precisamente porque se pretende que el texto tenga muchas interpretaciones. Me parece correcto, e indispensable, que un texto tenga una intencionalidad, que se tenga muy claro para qué se lo escribe, a quién está dirigido, pero ¿confundir? ¿En realidad la confusión puede funcionar como la intención comunicativa de un texto?

Muy al contrario de lo que piensan los abogados o las personas de leyes, creo que es importante que todo texto sea tan claro que no pueda prestarse a una interpretación distinta. Quizá la excepción sean los textos literarios, pero la intención comunicativa en ellos no es informar ni dar una solución sino entretener, y en el entretenimiento la doble interpretación tiene cabida. No obstante, no solo en el ámbito legal sino en otros como el académico o el informativo, la claridad y la coherencia son indispensables. Un texto que pueda prestarse a numerosas interpretaciones es un texto oscuro, difícil de entender, que no está pensado para un lector sino para satisfacer el interés de quien lo hace, para marear y confundir. Una coma mal ubicada o un adjetivo ambiguo pueden tener graves consecuencias, como que se encarcele a un inocente o se deje libre a un asesino.

Es verdad que cada ámbito tiene sus propias formalidades, sus fórmulas, pero el estilo y las formas no deberían estar sobre la claridad y el destinatario del texto, que es el lector. Seguramente si nos pusiéramos en los zapatos del lector, si reflexionáramos sobre el hecho de que no está en la otra orilla de nuestro texto para descifrar lo que nuestra confusa mente quiso comunicarle, los textos que producimos serían más amigables y recibirían una lectura crítica adecuada.

Últimamente se insiste mucho en la necesidad de que los lectores sean críticos, que sepan discriminar la información de los textos, pero si les ofrecemos un texto confuso, con varias interpretaciones posibles, es muy difícil que luego de descifrar lo que ha leído pueda ser crítico sobre ello. Quien escribe el texto debe ser primero un escritor crítico para que el lector tenga esta misma cualidad.

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