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Homenaje

Réquiem por el amo de Macondo

Réquiem por el amo de Macondo
21 de abril de 2014 - 00:00 - Marcelo Báez Meza, Escritor ecuatoriano

Muchos años después frente al pelotón de los novelistas, el hijo del telegrafista de Aracataca, habría de recordar la mañana en que recibió la noticia de que había ganado el premio Nobel. Por aquel entonces, la ciudad letrada era una aldea de pocos títulos canónicos y para señalar a las grandes novelas había manos que nacían sin dedos. Hasta que todos se acordaban de Cien años de soledad. Y la señalaban como lo mejor que se había escrito en lengua española, después del Quijote, claro está.

 

Ha muerto el Jueves Santo en su casa, en México, después de que sus familiares desmintieran que su salud era precaria. Este episodio es digno de mención porque resume esa oscilación entre ficción y realidad que siempre tuvo su vida. Miguel Reyes Palencia (o Bayardo San Román) lo demandó por haberlo tomado como personaje para Crónica de una muerte anunciada. Lo extraño fue que tantas otras personas que llevaban una vida garciamarquina no se atrevieron a entablar una demanda, aún a sabiendas de que la vida que tenían era prestada. El exmarino Luis Alejandro Velasco, quien inspiró Relato de un náufrago, perdió un juicio (o el juicio) en el que reclamaba ser el coautor de la obra (el relato de su supervivencia había sido firmado por él en un diario colombiano, pero luego apareció en su forma novelesca definitiva firmada por las siglas GGM, las más famosas que un literato puede ostentar en la república de las letras). Ese aire mítico que funde y confunde mentira con verdad, siguió a García Márquez por doquier. Tan solo basta con leer sus notas de prensa y entrevistas. Esto pesa a la hora de categorizarlo. ¿Era un periodista que hacía grandes novelas? ¿O era un novelista que hacía grandes reportajes? No sería una respuesta digna afirmar que fue el responsable de aunar en lengua española el periodismo con la literatura, tarea que tan bien la había ejecutado en inglés Truman Capote.

 

Desde la misma fundación de un universo llamado Macondo (que es el nombre de una olvidada hacienda bananera) jugó con los dados de la literatura a ser dios. Al igual que su maestro, William Faulkner, decidió que su universo ficcional debía reducirse a un pequeño condado más real que la ficción. Y que las historias debían girar en torno a un puñado de temas: la soledad, el amor, la familia y la muerte.

 

Uno de sus hermanos confirmó años atrás que el Alzheimer tenía cautivo al escritor. Cuestión irónica si se toma en cuenta que la peste de la memoria ataca a una población entera en la novela Cien años de soledad. Muchos años después el aprendiz de brujo que firma estas líneas, investigando sobre un desorden neurológico para una novela, descubrió que en un pueblo de Antioquia existía una comunidad de insomnes que padecen de un desorden priónico llamado Insomne Fatal Familiar. ¿Quién imita a quién? ¿La realidad a la ficción o viceversa? Mejor no responder en un mundo que desde la tarde del 17 de abril presumirá para siempre de ser garciamarquino.

 

Gracias a él los escritores nos concentramos más de lo acostumbrado en la forma en que debía iniciarse una novela. Aprendíamos de memoria los comienzos de sus obras como si fueran una letanía que podía ayudar a escribir mejor. Lo leíamos hasta bajas horas de la madrugada y altas horas de la mañana, como si en sus historias estuviera encerrada la piedra filosofal de todas las narrativas del mundo. Corríamos a las librerías para adquirir sus obras apenas llegaban a los estantes, como si en ellas estuviera la salvación. Y devorábamos cada página sin saber que el español era uno de los 36 idiomas a los que había sido traducido, y que estábamos colaborando para el récord de 40 millones de libros vendidos. Cifras solamente equiparables a La Biblia y Don Quijote de La Mancha.

 

En el periodismo los títulos de sus libros fueron saqueados con calcos que eran perdonables porque tenían la marca registrada de Macondo (o McOndo como rezaba el título de una antología de nuevos narradores latinoamericanos en los años noventa). Solamente Memoria de mis putas tristes ha ofrecido resistencia a la hora de elaborar titulares de artículos o reportajes. Crónica de una muerte anunciada aparecía hasta en los editoriales periodísticos. Apenas se cambiaba la palabra muerte por crisis, renuncia o enfermedad. Lo mismo sucedía con El general en su laberinto y El coronel no tiene quien le escriba. Se trocaba el grado militar por presidente, diputado y ya estaba el atrayente titular. Se podría hacer una tesis doctoral solamente rastreando la forma en que sus títulos fueron parte de tantos juegos intertextuales. Basta recordar la difundida campaña contra el cólera en los años ochenta que decía: “Hervir agua es amor en los tiempos del cólera”. Y el colombiano jamás cobró regalías por todas esas prestaciones que no eran más que indicios contundentes de que el planeta era (es) garciamarquino. Es que así como se decía en algún momento que el mundo era shakespeareno o que el universo se había vuelto borgiano, se hablaba de una realidad garciamarquina. La categoría de realismo mágico es acuñada por Arturo Uslar Pietri (mientras Carpentier habla de lo real maravilloso) pero más se recuerda el universo ficcional del autor de El otoño del patriarca. Solo al colombiano se le permitía que sus personajes femeninos ascendieran a los cielos con la ayuda de vientos y sábanas blancas.

 

No hay ningún escritor al que se le haya llamado constantemente por su nombre: Gabo. Como si fuera un hermano, un vecino, un camarada. Ge. A. Be. O. 4 letras. 2 sílabas que lo hermanaban con aquel que había leído sus obras y era como una contraseña para entrar a su mundo hecho de cosas supuestamente increíbles pero que eran normales para él y los suyos.

 

A la manera de Scherezada de Las mil y una noches era un excelso contador de historias, tanto en lo personal, como en lo literario, lo cinematográfico y lo periodístico. Su legado es tan grande que apenas admite una parcelación. La Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano. La escuela de cine de San Antonio de Los Baños. Ambas pioneras en sus áreas.

 

Ahora todos nos preguntaremos dónde estábamos la tarde aquella en que murió el amo de Macondo. Todos tendremos respuestas diferentes, pero el matiz siempre será el mismo: taciturno y luctuoso. La memoria es una puta triste para las estirpes condenadas a cien años de sola edad. No tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra. Las obras de Gabo sí.

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