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Arte para aprender: Salón Machala

‘51 segundos después’ (acto 2), de Geovanny Verdezoto, primer lugar en el Salón Machala 2016.
‘51 segundos después’ (acto 2), de Geovanny Verdezoto, primer lugar en el Salón Machala 2016.
18 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción cartóNPiedra

El desastre de Manabí, representado con sombras en fuertes contrastes, sobre un fondo abstracto, es lo que muestra ‘51 segundos después. La escombrera’, una pintura de Geovanny Verdezoto (Santo Domingo, 1984). Con esa obra, Verdezoto ganó el primer lugar del premio Musa Paradisiaca, que entrega el Salón Machala, un concurso cuya actual edición se exhibe hasta el próximo 23 de julio en el Centro Luz Victoria Rivera de Mora.

La obra no estaba pensada para concursar, sino que fue el resultado de un trabajo de voluntariado de Verdezoto en el albergue municipal de Santo Domingo. Cuando se ofreció, le pidieron que propusiera una obra artística para los 130 niños damnificados por el terremoto que se encontraban ahí.

Sin dinero, pero con una tela de cuatro metros, el artista se fue por las calles de su ciudad pidiendo colaboraciones en almacenes de pintura, «de litro en litro, hasta reunir más o menos veinte». Con esos materiales, y al cabo de dos horas, los niños habían formado «un fondo abstracto pero con mucho sentimiento», cuenta Verdezoto. Los niños se habían involucrado con la actividad. Y se divirtieron durante esas dos horas, dice el artista. Pero más adelante, de frente a la tela, con la pintura ya seca, pensó que estaba «bonita». Le gustó la textura que había resultado del entusiasmo infantil, y se propuso hacer algo sobre lo que inició como una pieza de arte terapia.

Días después, Verdezoto fue a Pedernales, a ayudar a un amigo cuya casa estaba por colapsar. Allá fotografió una escombrera, producto del sismo. Las imágenes le servían: las plasmó sobre la tela cubierta de pintura. «La parte interesante de la obra es la del cielo, donde puse los nombres de los fallecidos de Pedernales», dice Verdezoto. No alcanzó a ponerlos todos, sino a unos setenta. Escritos con barniz transparente, no se los puede ver de frente, sino de lado. «No están aquí, pero son de aquí. Fue perfecto. Sé que el jurado luchó, fue reñida la premiación, pero al final creo que ganó la contemporaneidad del tema».

La pertinencia del tema era un plus para la obra: el terremoto de 7,8 grados ha destruido edificaciones y se ha llevado vidas, pero, sobre todo, ha cambiado la forma en que la gente de todo el país piensa en sí misma y su relación con los otros. Pero además, es significativo el hecho de que la pintura se construyera con el aporte de 130 niños en un concurso que tiene el interés transversal de educar y acercar a la ciudadanía al arte.

Los nombres de la exposición

El jurado del Salón Machala estuvo conformado por tres artistas que aportaron solidez teórica: el estadounidense James Clover, especializado en piezas que utilizan acero o bronce con soldadura, pintura y acabados con tratamientos al fuego; el brasileño Marcio Tavares, especialista en investigación curatorial en temas de la cultura latinoamericana, y el colombiano Lucas Ospina, artista que ha trabajado bajo el heterónimo de Pedro Manrique Figueroa (personaje ficticio que se presenta como el precursor del collage en su país).

Además, el Salón invitó a Virgill Elliot, pintor y escritor estadounidense. El Art Renewal Center, institución que promueve el renacimiento de la corriente del realismo en la pintura, reconoce a Elliot como uno de los pocos maestros vivos de la pintura.

Elliot, que acudió a Machala a dictar conferencias y a desarrollar un taller con artistas seleccionados, vino con esta idea: «Para el público, presenciar la ejecución magistral de un acto artístico (sea ópera, teatro, música, pintura…) debe despertar la mente humana y transformarla hacia algo mejor».

En total, 43 proyectos fueron inscritos en la actual edición del Salón Machala, que este año incluye además una muestra paralela con obras de artistas procedentes de países productores y exportadores de banano (que es la marca identitaria de Machala, la ‘capital bananera del mundo’. Ahí estuvieron, entre otros, artistas como Gu Xiong (China), Gautam Garoo (India), Paula Barragán, Marcelo_Aguirre, Servio Zapata (Ecuador), Santiago Leal (Colombia) o Rachel Rosalen (Brasil).

En el Salón, además de Verdezoto, estuvieron artistas como Wilson Paccha (segundo lugar), Raymundo Valdez, Anthony Arrobo, Gabriela Chérrez, Lanner Díaz, Pablo Izquierdo, Daniel Martínez (tercer lugar), Jorge Vilca o César Simbaña.

Paccha presentó una obra que desde el título, ‘4000 cm² de pasión, furia, ficción, magia y miseria…’, que se delata como un «bestiario y factoría llena de pasión delirante, propositiva, punzante, en una obra que funciona como banda sonora», según el catálogo del Salón. Los jurados la definen así:

Hay gestos que parecen vandálicos, propios del garabateo tosco y rápido de los baños públicos —el graffiti de un pene, unos pechos con varios pezones o un ovni—, pero en contraste a estas rápidas eyaculaciones gráficas hay otras representaciones, trazos cuidados y lentos que detallan íconos como calaveras y corazones con un tratamiento propio de la paciencia del tatuador. [...] Es la muerte de la pintura a manos de un pintor que no parece darse cuenta que mientras más quiere acabar con el arte, más arte genera.

Algunos hijos del ITAE, Anthony Arrobo, Raymundo Valdez y Gabriela Chérrez se mantienen en los estilos que han ido desarrollando: Arrobo sigue trabajando en obras que resignifican los materiales del arte, esta vez, con concreto; Valdez presenta una serie de retratos una estética jabonosa, y Chérrez aborda problemáticas feministas con un lenguaje en el que el sexo es el hilo conductor, a través del montaje de una parodia mediática sobre el caso de Lorena y John Bobbitt.

Pedagogía

En Ecuador hay todavía una distancia evidente entre la audiencia y el arte: una se niega a sumergirse en las profundidades conceptuales o la experiencia que una obra presenta; otro no quiere explicar lo que hace porque cree que el espectador debe esforzarse por comprender y sacar sus propias conclusiones. La palabra «pedagogía» en ciertas esferas artísticas se usa con ciertas implicaciones despectivas. En general, lo que suele faltar es un elemento mediador, algo en lo que ha estado trabajando el Salón Machala. Se trata de un interés que en los últimos años vienen desarrollando espacios como la Bienal de Cuenca, que cuenta en su personal con un curador pedagógico, o el Centro de Arte Contemporáneo de Quito (CAC), que desde hace varios años puso en marcha un programa de vinculación, en especial con el barrio San Juan, en el que se asientan sus instalaciones.

El director del Salón, Enrique Madrid, dice que esta exposición ya no es solo un concurso de pintura, sino un espacio en el que confluyen otras formas del quehacer cultural. Las nuevas políticas han buscado, sobre todo, una vinculación de la comunidad con la cultura; una interacción que se ha facilitado con proyectos como la Curaduría Pedagógica, el Laboratorio de Arte Comunitario (LAC), y los Domingos en familia. No se trata solo de conocer la pintura y las artes visuales, sino de tomar de conciencia sobre otras formas de hacer arte. Y esa es una situación por la que se entusiasman los artistas, aunque los medios no les gusten demasiado.

Madrid lo explica así: «Estamos conscientes que la falta de “exposición del público” a eventos, a lenguajes artísticos, a procesos de lectura, a creación de sentidos, a nociones artísticas... nos lleva un poco a la disrupción de la comunicación entre el arte y la comunidad». De modo que, entre otras cosas, se realizó un Laboratorio de Arte Popular, del cual se escogió a dos personas para que, «durante la celebración del Salón, sirvan de guías y mediadores culturales entre las obras y el público. Antes no había quién o quiénes enseñaran a leer las obras. Si hay un lenguaje abstracto o neofigurativo, ahora se lo va a explicar con libros y recursos tecnológicos». La idea es lograr que el Salón «se vincule con la comunidad», y deje de ser un lugar reservado para los especialistas.

Hace siete años se realizó por primera vez el Salón, que intentaba llenar un espacio vacío en Machala, una ciudad en la que el arte no estaba en la mira. Stefany Guzmán, estudiante de la Universidad de las Artes, piensa que el Salón se ha replanteado, pues antes se pensaba que no había interés en el arte, pero en realidad, «lo que no había eran programas que canalizaran ese interés».

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