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Alfredo Espinosa Cordero y la vuelta hacia el teatro político

Actor de cine, teatro y televisión con estudios de literatura, antropología y comunicación
Actor de cine, teatro y televisión con estudios de literatura, antropología y comunicación
Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO
02 de junio de 2018 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez

Alfredo Espinosa Cordero ha dicho basta. Luego de perder la confianza en la clase política nacional o en algún proceso de transformación liderado por cualquier Gobierno de turno, el actor ecuatoriano ha dicho basta y ha dejado de depositar su esperanza en todos los gobernantes que, al final, «vienen a ser lo mismo porque terminan traicionando al pueblo».

Aun cuando Alfredo ha estado vinculado a la política desde diferentes frentes —como antropólogo, comunicador y asesor de los procesos constituyentes de 1998 y 2008—, su carrera ahora está enfocada plenamente en la actuación y la creación escénica. Su actual alivio —que se manifiesta en la determinación de sus declaraciones y sus posturas— se traduce en una apretada agenda con obras que lleva en marcha simultáneamente.

Su apuesta es por el teatro político, por la reflexión estética del poder que se revela en trabajos como Un enemigo del pueblo —adaptación del clásico de Ibsen— o Tocando fondo, una comedia a manera de noticiero en la que actúa junto con Pablo Aguirre y Christoph Baumann, y en la que repasa las vidas del Loco del ático, de Vidrio en la Cárcel 4 y de Julián Asanza.

Su más reciente y arriesgada actuación fue en El estupendo matrimonio de Zabalita, su primer monólogo basado en un cuento del lojano Alejandro Carrión y en el que interpreta nueve roles sobre un escenario convulso. También participó con un papel secundario en la película argentina La cordillera, de Santiago Mitre, que se estrenará el próximo martes en la quinta edición del Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ).

Sentado en la esquina del sofá de su sala, con una profunda vista hacia el sur de Quito, Alfredo dice estar leyendo Nuestro hombre en La Habana y el B39 editado por El Fakir.

Tocando fondo muestra el descontento con la clase política ecuatoriana. ¿De dónde viene ese distanciamiento radical?

Tocando fondo es un proyecto que decidí hacer porque ya me cansé o me resigné, o es una mezcla de ambos, de depositar la confianza en la posibilidad del cambio político. En un momento, alrededor de (Lucio) Gutiérrez se juntó la izquierda del país y él nos traicionó. En su primer viaje a Estados Unidos se bajó los pantalones, una vergüenza. Y lo mismo ha pasado con todos. Una clase media y media alta depositamos nuestra confianza en Jamil Mahuad. Creíamos que por ser un tipo que venía de provincia y que tenía una formación importante, era una posibilidad para salir de la crisis y nos traicionó de la manera más infame. Lo mismo ha sucedido en este país con cada gobierno, aunque tengo mis concepciones particulares con Rodrigo Borja. Y pasó lo mismo con (Rafael) Correa, que fue peor, porque tuvo el 80% del apoyo ecuatoriano, de toda la organización popular, sindical y se burló de la historia del Ecuador.

¿Cómo se tradujo ese desencanto a la hora de crear teatralmente?

Tocando fondo era como la posibilidad de pensar estéticamente esa crisis mía de esperanza respecto al hecho de que no voy a confiar políticamente en nadie ni en nada. Nunca más. No tiene sentido. Son demasiado fuertes los poderes corporativos. Es demasiado inestable el escenario de contradicciones entre capitalismo, democracia, sistema republicano, plurinacionalidad y una economía que no ha terminado de superar regímenes ligados a estructuras casi coloniales.

Colonialismos tan presentes ahora que se evidencian en las formas tutelares de hacer política.

Claro, «patrón es, pegue nomás». El manejo tutelar, como dices, ha estado bien presente en el Estado de Correa; él no pudo haber sido más colonial. El componente central de su Gobierno era el control mediante el ejercicio del espectáculo y la comunicación, que es la única manera en la que te explicas lo que sucedió en el Ecuador. Tocando fondo fue eso: decirme «ya, basta, olvídate». En 2014, emprendimos Un enemigo del pueblo, pero Tocando fondo fue el momento de decir que tenemos que volver al teatro político y hacer del teatro una herramienta política de discusión, de bronca.

¿Cómo haces para que eso que criticas en el escenario no se convierta en un panfleto teatral?

Cierto es que Tocando fondo podría aparecer como un espectáculo panfletario. No lo niego, pero en el juego del sketch como lo hemos hecho las fuentes son diversas. Es decir: la construcción del discurso político de Correa, de (Jorge) Glas y de (Julian) Assange está unido por un arco teatral dramático al que hemos llamado Víctimas del encierro. El uno en el ático, el otro en la cárcel y el tercero en la embajada. Podíamos haber hecho algo panfletario si es que no hubiéramos trabajado desde una perspectiva metafórica y esa perspectiva es el arco dramático que le di. En este caso acudimos a la sátira, pero en Un enemigo del pueblo acudimos a un clásico de Ibsen que tiene 150 años de vigencia. Y mi próximo trabajo será muy político cuando monte El domador de ballenas. Es un texto escrito en verso, con todas la posibilidades que tiene el verso en el español, y es una revisión de la evolución de las relaciones de poder en Ecuador, entre la ballena que es la metáfora del pueblo y el domador que es el poder. Y esta es una obra absolutamente política, pero desde una fórmula poética casi épica. Es decir, no me he quedado solo en la parodia o el humor.

¿Cómo evalúas el gobierno de Lenín Moreno, que ya cumplió un año?

Originalmente me parecía bien. Propuse dentro de mis espacios de conversación que era necesario darle tregua a Moreno porque los aparatos construidos por el anterior Gobierno, del cual él fue parte de alguna manera, eran de muy difícil disolución. Correa se encargó,  a través de los bonos y del crecimiento brutal e incontenible del Estado, de generar unas clases, unos sectores privilegiados que fueron capaces de sostener el proceso de la revolución ciudadana contra viento y marea, de callar todas las porquerías. Además, desarticuló los sindicatos, las fuerzas armadas, los movimientos sociales y creó movimientos paralelos respecto a los indígenas, eso fue monstruoso.  El asunto es que Moreno se ha tomado  demasiado tiempo y no termina de tener claridad sobre su proyecto político. No hay una dirección económica desde el presidente, que es la cabeza del Estado ecuatoriano y sigue dando patadas de ahogado.

En la película de Santiago Mitre interpretas al presidente de Ecuador. Es como si esos roles no te abandonaran ni en el extranjero. ¿Cómo viviste esa experiencia?

Verás, no he visto la película. Decidí verla cuando esté en el cine. La televisión desvirtúa el lenguaje del cine. Así que te puedo hablar desde el guion y mi trabajo. Las líneas dramáticas de la película eran exactamente lo que yo he pensado toda la vida: hay un gran río de corrupción que recorre la historia latinoamericana en cada etapa y condición histórica; recorre la actualidad política y, en el fondo, recorre el mundo. Lo que pasa es que aquí no hay límites, como en otros países donde hay mayor institucionalidad, conciencia. Aquí no hay un solo Gobierno que no haya peleado por trabajar un mercado interno sólido para luego ver afuera. Seguimos dependiendo del petróleo, es un desastre, y la película te va mostrando eso a través de la cumbre de países petroleros.

En este filme trabajaste junto con Ricardo Darín. ¿Qué te pareció?

Lindo, lindísimo. Me había gustado su trabajo, me parece un actor parco y, en su parquedad, muy elegante, así que la idea de conocerlo me motivaba. Había un nivel de respeto grande entre todos. Uno creería que es un tipo distante, pero no, Darín es de una humanidad grande. Sin excesos, cuidadoso de su intimidad. El momento en que se suelta es un parlanchín, un tipo con grandes historias. Y de gestos muy hermosos.

Paralelo a estos proyectos de mayor contenido político, has hecho tu primer monólogo. ¿Por qué tardaste tanto en ejecutarlo?

Siempre he creído que el teatro es un hecho dialogal. Eso no quiere decir que no sean válidas las posturas de quienes piensan que la parte física o el movimiento son más importantes. Pero, para mí, el teatro es esencialmente dialogal y el monólogo cumple con ese requisito. Alguna vez intenté hacer un monólogo sobre un texto de Paúl Puma que no pude estrenar por circunstancias extrateatrales. Pasó el tiempo, hice televisión, cine, se me cruzaron algunos temas políticos, y después de muchos años, casi 30, decidí que estaba realmente listo para hacer mi primer monólogo. Y la razón por la que decidí hacerlo es porque me encontré, por fin, con un texto de un autor ecuatoriano que tiene una fortaleza que es absolutamente teatral. Estoy convencido de que Alejandro Carrión no sabía que escribía un monólogo, sino un cuento. Y como cuento  funciona muy bien, pero como monólogo teatral es mejor aún, cumple con todas las reglas del teatro más clásico. Tiene una idea clara del espacio, tiempo y acción, y elementos maravillosos de la picardía de Alejandro Carrión.

El texto te llamó...

Sí. Llevaba mucho tiempo investigando cuentos ecuatorianos para un proyecto de video, de mediometrajes. Tengo como 150 cuentos seleccionados y, en ese proceso, descubrí el cuento de Carrión, fue automático. La magia del teatro me envolvió en el instante mismo en que yo estaba leyendo ese relato. Es fácil percibir cuando un texto es teatralizable, desde la perspectiva del encuentro del autor con el público. Porque hay muchas formas de teatralizar, pero mientras yo lo leía me veía actuando al personaje y veía al público desde el Zabalita. Además de que a mí me interesaban mucho los temas sobre identidades, antropología y comunicación, que es lo que estudié de alguna forma.

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