Don Rubén Aguirre Fuentes era un caballero a la antigua, según lo retrata su primo en una interesante nota para un periódico mexicano, y un poco nos consta a todos nosotros que somos o fuimos sus alumnos de ficción. Era un señor de los que están prácticamente en extinción. Además fue torero y agrónomo en sus inicios.

Aguirre, quien medía casi 2 metros de estatura fue y seguirá siendo parte de nuestra familia. Lo hemos dicho tanto, que ojalá y no cansemos. La vecindad de los tendederos, tanques de gas y puertas numeradas era muy similar a cualquiera de los conventillos de la América Latina, donde no abunda el dinero, pero sobra el humor, la chacotada, el encuentro polémico pero certero entre vecinos que son como parte de una misma familia.

Por eso el problema de uno se convertía en el problema de todos. Por eso era habitual ver a su personaje del Profesor Jirafales viendo el Miss Universo con los habitantes de la vecindad del Chavo del 8. Era común verlo en la misma escuela o en barrio donde no faltaba la torta de jamón y el triciclo. Es parte de la idiosincrasia de la vecindad del Chavo y de las nuestras. Allí estaba el profesor, romántico empedernido y enamorado de la viuda Doña Florinda, la de los rulos, y arrugas prematuras, porque era padre y madre de un inquieto hijo único. Hay quienes sostienen que el personaje era muy parecido al actor. Es decir, ceremonioso y chispeante. Buen humor al por mayor.

El Profesor Jirafales fue lo mejor que le pasó a Rubén Aguirre. Él contaba que llegó a ese personaje casi que de casualidad, ya que inicialmente era el adusto hombre gracioso de Los Supergenios de la Mesa Cuadrada, un programa vespertino que fue el primer experimento de Roberto Gómez Bolaños previo a ese suceso inolvidable que sería la vecindad del Chavo.

Aguirre no solo interpretó a Jirafales. Fue el despistado y gracioso Lucas que con Gómez Bolaños hizo aquella dupla memorable de “oye Lucas la gente dice que tú y yo estamos locos, y respondía Rubén con desenfado “no les hagas caso Chaparrón, a la gente le gusta inventar cosas y también comer tamales en Navidad”. Chiste blanco que arrancaba carcajadas.

Han pasado más décadas de las últimas grabaciones de ese serial y aún al verlo por milésima vez nos seguimos riendo con igual fuerza. Cabe el análisis, si bien es cierto que Chespirito era un genio de los libretos y la dirección escénica, gran parte de la inmortalidad de este programa radica en la construcción de personajes como Don Ramón, Quico, Sr. Barriga, Chilindrina, y el inolvidable ‘maistro Longaniza’ con su “¡ta, ta, ta, ta...ta!”.

El Profesor Jirafales se ha ido casi en silencio, como lo fue su vida, lineal y sin aspavientos, construyendo personajes que hacían divertir de manera sana a generaciones. Ocupó con dignidad un lugar coprotagónico en los seriados de Chespirito. Encarnó personajes complementarios en esas historias de fantasía, realidad, vida, amor, vecinos, alumnos e incluso romance. Fue el compañero perfecto de un cuasi perfecto actor del nivel de Chespirito. Tuvo perfil bajo en otros proyectos, pero a la vez brilló con luz propia. Fue uno de los más mesurados del elenco (al igual que Édgar Vivar). Jamás se refirió mal de nadie. Nunca despotricó. Siempre fue ubicado y moralmente grande.

Se ha ido el Profesor Jirafales y nosotros lo hemos sentido tanto como si se fuera el maestro que más años nos duró, el más amado. El que le dio clases a nuestra abuela, a nuestra madre, y sigue dando clases de risas a nuestros hijos, a través de los programas grabados.

No queremos que se vaya sin decirle: Gracias querido Profesor Jirafales, gracias por tanto, por ser amable y gracioso, por ser aquel del habano con traje de etiqueta y sombrero, y el del “ta taa taaaa!”. Nunca concretó su romance con Doña Florinda, nos debe esa parte de la historia “maistro”. Ahora nos queda claro que en el cielo se está construyendo la nueva vecindad del Chavo del 8. (O)