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El Telégrafo

Una revolución que debería ser llamada Radical

Una revolución que debería ser llamada Radical
29 de enero de 2012 - 00:00

Quito y Guayaquil eran casi dos países distintos, totalmente incomunicados. La Iglesia Católica controlaba bastas hectáreas de cultivos y el diezmo era una obligación tributaria. Los indígenas vivían en condiciones de esclavitud y la mujer era ciudadana de segunda clase. Cuando alguien nacía o se casaba debía registrase ante la parroquia más cercana y la educación solo la dictaban los curas. Así era el Ecuador de 1895.

Ese año el país inició una serie de transformaciones sociales y políticas que la Historia recoge como “Revolución Liberal”, un movimiento comandado por el manabita Eloy Alfaro Delgado. Y ahora, al cumplirse 100 años de su masacre, su legado tiende a verse con otra concepción.

La revolución estalla el 5 de junio de 1895 en Guayaquil. Las oligarquías cacaoteras, rivales de los latifundistas serranos, proclamaron el liberalismo y, a regañadientes, aceptaron el liderazgo de Alfaro.

Pero, ¿qué querían ellos? Las élites del puerto principal buscaban instaurar un liberalismo económico. Propugnaban un modelo en el que el Estado no interviniera en absoluto en el mercado.

Pero el pensamiento político de Alfaro estaba más allá. Él apostaba decididamente por la liberalización de un sistema político anclado al siglo XVIII, la reivindicación de las minorías y la universalización de derechos. Todo esto en desmedro del omnipotente poder de la Iglesia Católica.

Por eso, más que un liberal,  Alfaro era un radical y su revolución debería llamarse así, según el filósofo político Fernando Tinajero. “Los dos proyectos se sobreponen aunque Alfaro no era el caudillo preferido. El proyecto que triunfa finalmente es uno mixto, ambiguo. La puja se hace más dura en el segundo gobierno del general”, cuenta este pensador.

De hecho, la división fue tan pronunciada que Alfaro estuvo a la cabeza de los radicales, y su antiguo aliado, Leonidas Plaza, al frente de los liberales.

Así las cosas, la situación perduró hasta 1912, año en que ocurre la “Hoguera Bárbara”. Para ese entonces ya se habían implementado los cambios sociales que son la base del Ecuador moderno.

La nueva Constitución había proclamado la libertad de culto y el régimen laico, extensos terrenos de la Iglesia se nacionalizaron, se instauró el matrimonio civil, se creó el Registro Civil, la educación se universalizó, se dio el voto a la mujer y se eliminaron el diezmo y el concertaje.

29-1-12-act-alfaro-camionataEsta situación había polarizado a la sociedad. Aunque ya estaba en funcionamiento el ferrocarril entre Quito y Guayaquil, estas ciudades mantenían aún diferencias enormes, que en muchos casos eran irreconciliables.

El historiador Juan Paz y Miño explica que el puerto principal, gracias al auge cacaotero, se había modernizado, mientras la capital aún era una ciudad del siglo XVIII.

“El laicismo era mejor recibido en Guayaquil. En Quito la influencia religiosa era poderosa, tenía pocos comerciantes y una importante población indígena”, cuenta el académico. La capital era dominada por terratenientes, no habían fábricas y gran parte de los ciudadanos se dedicaban a las artesanías.

Ese era el panorama de aquella época, lo que contribuyó al estallido de una guerra civil. Alfaro, que estaba fuera del país, regresa para intentar mediar la situación.

Tropas alfaristas son derrotadas. Es apresado en Guayaquil, donde su lugarteniente, Pedro J. Montero, es asesinado en la Gobernación del Guayas, arrastrado hasta la plaza San Francisco e incinerado.

El “Viejo Luchador” es llevado a Quito en su propio ferrocarril, ya para ese entonces los liberales guayaquileños, liderados por Plaza, y las élites cacaoteras, habían abandonado a Alfaro a su suerte.

Encarcelado en el penal García Moreno, su destino estaba trazado. En los púlpitos, los curas tildaban al manabita de anticristo, enviado del diablo y, entre líneas, pedían su muerte. Un discurso que era secundado por la prensa serrana.

Con la complicidad de los guardias, una muchedumbre asalta la prisión, donde se produce una verdadera carnicería. Según el relato del fiscal Pío Jaramillo, a Flavio Alfaro -general radical y sobrino de Eloy, encarcelado con él- le cortan la lengua, a los otros (Ulpiano Páez, Medardo y Flavio Alfaro, Manuel Serrano y Luciano Coral) los matan a golpes y disparos de bala. Los cadáveres son mutilados, luego atados en carretas. Desfilan por las calles de Quito hasta las afueras de la ciudad. En El Ejido,  sus cuerpos son quemados en lo que Alfredo Pareja Diezcanseco llamó la “Hoguera Bárbara”.

Como consecuencia inmediata, los herederos políticos de Alfaro que sobrevivieron deben huir del país con su familia.
Gobernaba de manera interina en aquel momento Carlos Freire Zaldumbide. Nadie hizo nada. No hubo policías ni militares para impedir el martirio. Infamemente, en el acta de defunción de Alfaro y sus compañeros, se escribe que fueron ultimados por el pueblo de Quito.

Las investigaciones sobre los hechos recién inician en 1919,  a cargo del fiscal Pío Jaramillo. Es su descripción de los hechos la que recoge la Historia para narrar la “Hoguera Bárbara”. Y es que Jaramillo ofrece detalles. Habla del odio de los curas, de la traición de los liberales y de la complicidad de los policías y del poder político de ese entonces.

29-1-12-act--alfaroEl jurista también reconoce la dificultad que tuvo para investigar y la impunidad en que quedó el caso. Con la muerte de Alfaro, la oligarquía guayaquileña fue la gran beneficiada, afirma Paz y Miño. Y en un segundo momento los conservadores. Se instaura la plutocracia en Ecuador, los banqueros reinan. El todopoderoso Francisco Urbina Jado, dueño del banco Agrícola y Comercial de Guayaquil, se convierte en una referencia ineludible dentro del  debate público para las decisiones nacionales.

Ese escenario se extiende hasta el 9 de julio de 1925,  cuando se produce la Revolución Juliana, un movimiento para poner fin al poder de los banqueros.

Acaba el liberalismo y aunque el legado político aún perdura, nunca nadie ocupó el liderazgo de Alfaro. Fernando Tinajero aclara que, sin embargo, el radicalismo es el antecedente histórico del socialismo. “Hay que recordar que la ‘Hoguera Bárbara’ cogió a un Alfaro agotado, enfermo, que había regresado al país como un mediador de la crisis”, afirma Cecilia Calderón, antigua dirigente del desaparecido Frente Radical Alfarista (FRA).

Ella indica que los partidos políticos y los gobiernos se fueron “derechizando” al llegar al punto de que cuando se cumplieron los 100 años del liberalismo -en 1995- el presidente de la República era Sixto Durán Ballén, el alcalde de Guayaquil,  León Febres Cordero y que el Legislativo era dirigido por Fabián Alarcón.

La ex diputada recuerda que a mediados de los sesenta y setenta se intentó resucitar al Partido Liberal Radical Ecuatoriano, que fue la organización original que nació de la corriente alfarista, pero no se tuvo éxito. Varios partidos intentaron reivindicar el legado de “Don Eloy”,  pero nunca nadie lo logró.

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