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El Telégrafo
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Más de 60 personas laboran en las orillas del río

En las aguas del Guayas aún quedan estibadores, astilleros y pescadores

Wilfrido Ramírez repara su canoa artesanal. Él es uno de los pescadores que viven a orillas del río. Su amigo Desiderio Cepeda (de espalda) lo observa. Fotos: Karly Torres / El Telégrafo
Wilfrido Ramírez repara su canoa artesanal. Él es uno de los pescadores que viven a orillas del río. Su amigo Desiderio Cepeda (de espalda) lo observa. Fotos: Karly Torres / El Telégrafo
20 de julio de 2014 - 00:00 - Redacción Guayaquil

El cantar de los gallos es el mejor despertador que tienen aquellos habitantes del barrio Cuba, quienes se acomodan  en uno de los recovecos que desembocan en la orilla del manso Guayas. Sus jornadas de trabajo empiezan a las 05:00 cuando abordan sus pequeñas embarcaciones artesanales y enfilan sus proas río adentro.

Manuel Lainez Borbor, de 61 años de edad, es uno de los primeros en zarpar, junto a sus hijos José, de 27 años, y Julio, de 25. Cuenta que su trabajo es pescar jaibas y que en un día puede ganar $ 20, pero si logra atrapar algunas corvinas el monto sube a $ 35.

Lainez es oriundo de Santa Rosa,  Santa Elena. Su padre y su abuelo se dedicaban a la pesca, pero él a los 22 años decidió probar suerte en Guayaquil. Llegó a casa de una tía al barrio Cuba y como no encontró trabajo se dedicó a la pesca. “Al fin y al cabo ese oficio yo le tenía desde siempre, y con él he mantenido a mi esposa y cinco hijos”.

Al mediodía del jueves pasado Lainez había atrapado 22 jaibas y dos corvinas. Un negocio redondo, cuenta, porque fácilmente podría obtener $ 25 y eso para él significa un buen día.

Wilfrido Ramírez, de 71 años de edad, en cambio, tiene 4 días sin trabajar. Su canoa tuvo que entrar a mantenimiento desde hace una semana y su trabajo se centra en repararla.La tarea no es fácil porque tiene que buscar retazos de cedro que es la madera más resistente. “Tengo que buscarla por alguna carpintería o comprarla. De ahí me dedico a medir los espacios para empezar a darle forma con mi machete. Es una actividad muy artesanal y rudimentaria que demanda precisión y tiempo”.

Su amigo Desiderio Cepeda, quien también es vecino y lo conoce desde hace más de 20 años, lo ayuda en la reparación porque ambos utilizan la misma canoa para trabajar. Cuenta que el trabajo de ellos es sacrificado no solo porque deben madrugar sino porque una jornada de trabajo puede resultar infructuosa.

Hace un mes trabajaron más de 12 hora y apenas atraparon tres jaibas. “No ganamos ni $ 5. Ese día me dediqué a bucear y encontré tres cadenas de acero, las saqué y las vendí en $ 21. Salvé la jornada”.

Además de a pescas Ramírez y Cepeda también se dedican a reparar embarcaciones pequeñas. “Somos una especie de carpinteros navales”, reconoce Ramírez.

El trabajo que ellos realizan es de precisión; cada tabla la deben medir y pesar para que la canoa no pierda el equilibrio. “Aquí todas las actividades están relacionadas con el río. Nosotros vivimos de él”, reconoce Cepeda.

Segundo Hidalgo Estrada, de 73 años de edad y oriundo de Chimborazo, trabaja en las orillas del Guayas desde hace 40 años.

Estibadores de la Caraguay

El olor a mariscos se lo percibe desde la entrada. Los comerciantes del mercado van y vienen en busca de clientes. En el atracadero los viajeros se embarcan en las lanchas con destino a Puerto Roma o la isla Mondragón, a dos hora de Guayaquil.

Llevan gallinas, arroz, compras y mercadería para vender. En ese mismo punto arriban lanchas cargadas de cangrejos y jaibas. Embarcar o desembarcar tiene su peligro porque el terreno es irregular y resbaladizo.

Sarita Borbor, de 29 años, viaja de Guayaquil a Puerto Roma todos los días para visitar a sus hermanas. Se embarca a las 09:00 en la lancha de ‘La manaba’. Lleva las compras del mercado y regresa a las 17:00 cargada con 4 planchas de cangrejos para venderlas a 12 dólares cada una.

Antes de subir o bajar,  Borbor busca a Segundo Hidalgo Estrada, más conocido como ‘Pica Pica’, para que se haga cargo de todo lo que lleva. Hidalgo es estibador desde hace más de 40 años y la gente lo conoce por su honradez.  

Cuenta que nació en Riobamba hace 73 años y que llegó a Guayaquil a los 10 para trabajar como vendedor ambulante. También se empleó como guardián de una finca cerca de Milagro, pero no se enseñó y prefirió cargar bultos en el mercado Caraguay.

En el sitio todos lo conocen. Saben que no es flojo para el trabajo. Hidalgo anda con un cuchillo en el cinto. Dice que lo lleva con él porque muchas veces tiene que cortar cuerdas y también para protegerse.

Aunque no tiene tarifa fija por cargar bultos cada usuario le deja entre 50 centavos y 1 dólar. En 14 horas de trabajo logra entre 15 y hasta 20 dólares.

‘Pica Pica’ tiene clientes fijos. “La gente me busca porque sabe que no le pongo precio a mi trabajo y porque sería incapaz de llevarme algo que no me pertenece”.

En el mismo sitio trabaja Francisco Malavé Cruz, de 38 años. Él estiba solo planchas de cangrejos. Su jornada de trabajo empieza a las 16:00, cuando arriban las embarcaciones desde los manglares en donde atrapan a los crustáceos.

A diferencia de Hidalgo, Malavé usa guantes para protegerse de las poderosas tenazas y si le pone precio a cada bulto que se lleva al hombro. “Yo cobro entre 1 y 2 dólares, dependiendo del número de planchas que estibe. Ese es el precio porque es muy peligroso cargar cangrejos”, manifiesta.

Tanto en el mercado Caraguay como en los sectores aledaños al Guayas, hay personas que viven de sus aguas ya sea pescando o cargando bultos.          

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