Sin darnos cuenta nos hemos empantanado en un mecanismo que roza lo básico, porque el mundo en el que vivimos aplaude al triunfo que es efímero y no a la propuesta que puede ser eterna. Con esto quiero ingresar en un tema un poco escabroso, pero que sin lugar a dudas no es desconocido, pero sí rechazado por aquellos que fueron arrastrados por las corrientes masivas de otros que generan opinión desde el facilismo de un desenlace.

Al iniciar las pretemporadas los responsables de los clubes normalmente mantienen el discurso que el trabajo realizado desde ese sector previamente al inicio del campeonato fue un éxito, y perseguirá un proyecto creíble y con las personas idóneas, según su gusto para dirigir al equipo. Por el otro lado, el entrenador elegido acepta el desafío y asienta esta idea apoyándose en la convicción de poder hilvanar mecanismos futbolísticos que puedan sostener sus planteamientos y desde ahí trajinar y competir contra otras ideologías que casualmente en esos días viven con las mismas sensaciones. Todo este enamoramiento tiene límites muy marcados, con un preludio de esperanzas y sonrisas, y con un desenlace que se establece como hipoteca desde el momento sublime que el balón rueda por primera vez buscando hipócritamente ganar y perseguir una idea, ya que en definitiva y lamentablemente se diluye solo a la primera opción, con excepciones muy marcadas. El fútbol es una industria que maneja códigos muy aferrados a las necesidades, no solo internas sino también del mundo que rodea a este juego mágico. Y es por eso que se logró trasladar al pensamiento de la mayoría que cualquier análisis parte siempre por el resultado obtenido y jamás por la propuesta planteada. Es notable y evidente que ese tipo de valoración ya es parte de las opiniones que se generan, no solo después de un partido, sino al finalizar un campeonato, situación que defrauda de manera rotunda a los románticos de este juego que tienen otra concepción de una pasión que traspasó fronteras impensadas y se transformó, gracias a su encantamiento, en parte de nuestras vidas. Por eso en este tramo cabe la pregunta, ¿solo vale ganar? A lo que penosamente tengo que decir: sí. Con esto no evado el marco de la discusión y entiendo que todo proyecto debe buscar resultados positivos, pero sí refuto de manera tajante que solo se cumplen objetivos y metas cuando encuentro el triunfo, ya que considero que existe algo más significativo que eso, y es esa la identidad impregnada en las almas que le dan vida a una institución que es su hinchada al sentirse dignos y bien representados por una ideología y representación innegociable.

La vorágine en la que vivimos nos catapulta y enmarca en ganadores o perdedores, ya que no existe tiempo para analizar ni desmenuzar sensaciones, y eso se debe a las urgencias que nos hacen creer que tenemos en un cosmos que denota un apetito voraz por recorrer el futuro sin permitirnos disfrutar y desojar la riqueza de la actualidad en la que vivimos. Quizás mis pensamientos puedan ser tildados de líricos y pocos reales, pero tengo la certeza de que, buscando primero saber lo que quiero, con seguridad llegaré a la meta trazada compitiendo en un deporte que en su esencia se aferra más a los principios que a los mecanismos que te pueda brindar el azar. Campeón no es cualquiera y merece su valoración, no solo por ostentar un galardón muy deseado, sino también por los esfuerzos realizados; pero estoy completamente convencido de que el legado que un equipo ganador pueda regar en aquellas canchas que compita ante ojos propios y ajenos gozará de un sitial muy peculiar, ya que el balón tiene la potestad de siempre hacerte recordar a los viejos vencedores, pero aún mucho más a los que lo lograron respetando la línea de juego que exige la idiosincrasia y paladar de cada institución. (O)