Nadie puede jactarse de saber en qué momento nace ese idilio que puede llegar al grado de perenne entre el niño y la pelota, porque es imposible escavar en las imágenes y realmente encontrar ese instante mágico que tatuó con sangre ese frenesí. El juego como tal necesita por sobre todo entusiasmo y mucha convicción más allá de las condiciones naturales de cada jugador. En estos puntos debemos aclararles a todos que el futbolista es una persona que inicia su camino persiguiendo el esférico sin saber que puede ser su forma de vivir, pero que en el camino va moldeando sus obligaciones y sacrificio con los deseos intactos de siempre querer jugar. Esta pasión ya es parte de la cultura de nuestros países y los protagonistas ingresaron al estatus de actores principales a los cuales se les exigen resultados que simplemente son deseos personales de masas que necesitan saciar su ego. Por estos motivos que son difíciles de asimilar, los jugadores dejan de ser comprendidos como personas normales y en muchos casos se les recrimina y exige rendimientos superlativos constantes sin revisar en lo más mínimo que el futbolista es un ser humano que trabaja de lo que le gusta, pero que también debe encontrar en su estado de ánimo la motivación precisa para ingresar al rectángulo sagrado y poder jugar de la mejor manera, diferenciando abruptamente que su trabajo no es convencional sino especial. Hoy la industria en la que se transformó el balompié mundial obliga a los deportistas a cuidados extremos y también a preparaciones exhaustivas de sus capacidades con el fin de exponer día a día rendimientos máximos tratando de obtener un puesto que es peleado de manera carnívora en algunos casos por la histeria en la que se ha transformado ser parte de este grupo élite. El aspecto psicológico en los deportes de máximo rendimiento es fundamental, por tal motivo es indispensable comprender que los futbolistas necesitan en la misma dimensión un gran trabajo físico-técnico como también cuidados en sus sensaciones y aspiraciones, ya que son estas las que realmente potencian aquellos anhelos que necesitan de los estímulos motivacionales que cada jugador pueda generar. Incomprendidos y maltratados por vivir de una profesión que está rodeada por la opinión pública y expuesta a críticas infundadas de conceptos, que en la mayoría de los casos no asimila que las expresiones vertidas hacia los protagonistas por gustos personales ponen en riesgo el futuro de una familia que convive con los destinos de un jugador que para crecer y permanecer dentro del selecto grupo muchas veces depende no solo de su rendimiento sino también del entorno que rodea su ámbito laboral. Con el paso del tiempo el jugador ingresó por las propias exigencias en un profesionalismo obligatorio que lo protege y ayuda a mejorar sus capacidades futbolísticas, lo que agiganta sus obligaciones por las altas remuneraciones que pueda ganar; sin embargo, este menú no abarca de ninguna manera que todo este blindaje asegure el interés constante que imperiosamente se debe ostentar para trabajar en un juego como lo es el fútbol. Los buenos ambientes de trabajo son fundamentales y los cimientos indispensables para el rendimiento de un grupo de jugadores que tienen en sus decisiones la felicidad o frustración de aficiones fanáticas y muchas veces enfermizas; ya que al ostentar esta virtud de estabilidad y paciencia se pueden esperar resultados positivos que nunca salen de inciertos pero sí gozan del beneficio de ser posibles. El futbolista convive con una profesión que indefectiblemente persigue en los genes más profundos de cada jugador primero el deseo necesario de siempre encontrar las ganas de querer jugar y después en segundo plano intentar ganar, porque en definitiva es simplemente un juego. (O)