El volante y capitán del Liverpool Steven Gerrard, de 34 años, uno de los jugadores más emblemáticos de las últimas 2 décadas, anunció ayer que abandonará el club a finales de temporada después de 17 años.

“Es la decisión más dura de mi vida”, afirmó Gerrard, que, sin precisar cuál es su próximo destino, aclaró que no fichará por ningún equipo inglés para evitar enfrentar al Liverpool, el equipo de su vida.

“Hago el anuncio ahora para que el entrenador del club”, Brendan Rodgers, “y el equipo no se distraigan con historias y especulaciones sobre mi futuro futbolístico”.

Capitán del Liverpool en los últimos 12 años, su palmarés incluye 10 trofeos, entre estos una Champions League y una Copa de la UEFA, pero en ese tiempo nunca ganó la Liga inglesa.

“El Liverpool ha sido una gran parte de nuestras vidas durante mucho tiempo”, afirmó sobre él y su familia, “pero siento que es algo que está en el mejor interés de todos”.

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Rodgers encabezó las reacciones del club al anuncio. “Esta es una época en que la palabra leyenda se usa exageradamente, pero en este caso hace justicia”.

“Como jugador es inmenso y su influencia en los partidos no debe ser nunca subestimada. En ciertos momentos se echó este club a la espalda”, agregó, “como líder y hombre, es posiblemente incomparable a cualquier jugador con el que he trabajado”, indicó el DT.

Centrocampista de corte ofensivo, poseedor de un gran disparo de media y larga distancia, Gerrard marcó 180 goles en 695 partidos con el equipo inglés y fue internacional en 114 ocasiones, disputando 3 mundiales con Inglaterra y capitaneando a la selección varios años.

El mundo del fútbol lo recordará sobre todo por la final de la Champions League de 2005 en Estambul, en la que lideró la reacción de su equipo ante el A.C. Milán de Italia y se llevó el trofeo en los penaltis tras haber llegado al medio tiempo con una desventaja de 3-0, con un gol suyo.

La retirada promete causar una profunda impresión en los hinchas, acostumbrados a su presencia y a su compromiso sin fisuras.

Gerrard compartió en carne propia los buenos momentos, pero también los más terribles, cuando un primo suyo murió en la tragedia del estadio de Hillsborough en 1989, aplastado contra las vallas que rodeaban el campo.