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El Telégrafo

Doha era una caleta de pescadores con 50.000 habitantes

Doha era una caleta de pescadores con 50.000 habitantes
29 de marzo de 2022 - 08:05 - Esteban Ávila

Doha, hasta mediados del siglo XX, era una caleta de pescadores con no más de 50 mil habitantes. Un pueblo olvidable y sin otra razón de ser que la pesca de perlas. La realidad actual, casi un siglo después, marca un abismo histórico.

La West Bay respira el aire dulzón del desierto que sazona el mar. Uno junto al otro, cada edificio se pelea por ser el más grande, el más visible o el más iluminado. Los rascacielos de la zona llegan hasta 230 metros y forman un perfil urbano (skyline le dirán algunos) único. Calles y autopistas modernas apenas registran caminantes, porque acá manda el auto, el de marca lujosa, aros cromados y motor ruidoso.

Al frente de la West Bay, separados por el Golfo Pérsico, están las casas de adobe y cal, con techos de barro y madera, que aún existen. O la ruina de algún fuerte que soportó otomanos y piratas. El zoco Waquif es el alma comercial de esta zona, que incluye un criadero de halcones (el ave nacional) y establo de caballos árabes.

Se respira un aire antiguo, aunque amplias zonas sean solamente tramoya de un teatro urbano. Lo cierto es que la modernidad que trajo la explotación petrolera y del gas arrasó con el centro viejo, en muchos casos para alzar edificios de dudoso gusto y complejos habitacionales para las multitudes.

Ya casi nadie en Doha recuerda la época de las perlas. Los japoneses, allá a mediados del siglo XX, descubrieron cómo cultivarlas y recogerlas con arrojo del fondo del mar ya se volvió inútil. Hoy los barcos no traen sustento diario de agua adentro, solo pasean turistas. Es el siglo XXI y, para casi todos, el dinero fluye sin necesidad del sacrificio de antes.

En Doha se consume con ferocidad y derroche. Imagine usted la extravagancia más grande y en la capital catarí la encontrará. Tiendas de delicatessen con miel de Nueva Zelanda, o florerías que únicamente venden “highland roses” (rosas de altura) ecuatorianas. Lo que el capricho pida y el bolsillo permita, acá estará.

Pero la capital del país más rico del mundo se sostiene no solo en el dinero. El trabajo fuerte está reservado para los migrantes. Indios, nepalíes, cingaleses, filipinos y demás exiliados de la fortuna pelean la vida rial a rial. Sus condiciones laborales, debatidas en todo el mundo, son un manto de vergüenza, el precio a pagar por una prosperidad que no acaba de ser total.

Con ese esfuerzo se alzaron los estadios mundialistas, las torres de 48 hoteles a inaugurarse hasta noviembre. El precio en vidas humanas, accidentes laborales y enfermos producto del trabajo 24/7 y las condiciones de seguridad se guarda y se omite.

Es que en Doha solo suma el dinero y el lujo.

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