La historia de los hombres sabios
Cuando Cristóbal Colón llega al AbyaYala, que hoy conocemos como América, dice:
“Y ahora, hasta tanto, sepan las noticas de las nuevas tierras que he descubierto, en las cuales tengo asentado en mi ánima que está el paraíso terrenal”.
Ese paraíso estaba compuesto de la más hermosa y perfecta naturaleza, en la que seres humanos habitaban en pequeños grupos o bien formando grandes imperios.
Para sobrevivir por miles de años, los hombres de nuestra primera historia aprendieron de nuestra madre Naturaleza (Pachamama) los secretos de la vida. Estudiaron las estrellas y las hormigas, el curso de los ríos y los tiempos de las mareas. Pusieron nombres a todas las plantas y construyeron una cosmovisión centrada, no en el hombre, sino en el conjunto de la vida. Recibieron nombres diversos, como chaman en inglés, yatiris en aymara (Bolivia, Chile y Perú), caraíopy´guá en guaraní (Argentina, Brasil y Paraguay), hatalii en navajo y, en diferentes lenguas indígenas ecuatorianas, como curaca en lengua siona, samaro en lengua zápara, uwishin en lengua shuara, wishin en lengua shiwiar o ponés en lengua tsáchila. En la tierra del gran Imperio de los Incas, en su idioma quichua, los hombres sabios se llamaron yachaks. Eran los consejeros de los incas y los líderes o jefes de las pequeñas o grandes nacionalidades.
Entonces, llegaron los conquistadores europeos y “anocheció en la mitad del día” (Chaupipunllapitutajyarcu), como nos lo recuerda el escritor ecuatoriano Carlos de la Torre Flor.
La Biblia y la espada sometieron a los pueblos originarios, los esclavizaron en la más triste historia del hombre sobre la tierra. Pero la lengua y la cultura permanecieron relativamente ocultas por siglos y hoy reviven con más fuerza que nunca, con la idea del sumak kawsay, para proponer al mundo una alternativa de vida que no acabe destruyendo el planeta, evitando una catástrofe de la Casa Común, tal como lo anuncia el Papa Francisco. La sabiduría ancestral contiene los secretos que hoy buscan las transnacionales para sus negocios perversos. Pero también genera curiosidad, admiración e interés a los jóvenes ecologistas, a los humanistas, a los verdaderos revolucionarios que cada día reclaman una nueva forma de vivir basada en la armonía del hombre con los otros hombres y mujeres, y de estos con la naturaleza. Hagamos silencio, que los yachaks tienen algo que decirnos; ellos guardan y custodian los tesoros de nuestros tiempos. (O)
