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El encuentro con uno mismo

El encuentro con uno mismo
04 de abril de 2016 - 00:00 - Freddy Ehlers Zurita

Un grupo de jóvenes se levanta al amanecer acompañado del maravilloso canto de las aves para recibir un nuevo día. La gente se saluda y cada uno en su pequeña casa, o todos en un lugar común, toma desayuno. Algunos se dirigen a sus lugares de trabajo, otros permanecen en la aldea para realizar diversas actividades; se hacen artesanías, se construyen pequeñas viviendas y se realizan arreglos urbanísticos, se cuida el sencillo banco de semillas o se dedican al cultivo de las artes de la música, la danza o la pintura, entre otras actividades.

Las computadoras están presentes aunque no son el elemento principal que uno ve habitualmente en otros lugares de trabajo o de vivienda. Son familias pequeñas y muchas tienen niños. Al mediodía se reúnen quienes se encuentran presentes para el almuerzo, que es vegetariano pero muy variado. Cerca hay un pequeño río. Todos cuidan y protegen un bosque y parte de la tierra es trabajada para producir los más diversos productos que permite el clima; no hay plásticos ni químicos, ni tampoco vehículos. Quienes viven en este lugar se movilizan en bicicletas o caminan hasta conseguir un transporte público. La mayor parte de la energía que consumen proviene del sol, incluso la que se requiere para calentar el agua. Nada se desperdicia; los servicios higiénicos reutilizan los desperdicios humanos, que se mezclan con otros desperdicios orgánicos para producir compost, un fertilizante natural que ha sido utilizado por los pueblos originarios desde épocas milenarias.

Es un regreso a la tierra, a la naturaleza y a la vida sencilla. Lo más interesante es que no existe el dinero. Se ha establecido un sistema de canje mediante el cual lo que se intercambia es el tiempo; yo te doy clases de lo que sé y recibo de ti lo que necesito. En su mayoría no se hacen cálculos, cada uno se siente agradecido cuando puede dar más de lo que recibe.

Parecería que en esta pequeña aldea se guían por el principio del filósofo griego Epicuro, quien dijo que nada es suficiente para los que lo suficiente es poco. Aquí parecería que lo poco es más que suficiente. Llama la atención también la bondad y la alegría que claramente se ven en la mayoría de las personas. Son pacíficos y muy trabajadores. El trabajo lo cultivan con pasión y gran entusiasmo. Aquí se habla de una palabra que cada vez circula más entre todos los jóvenes: la permacultura, una nueva forma de organización para vivir bien. El buen San Francisco, tal vez el primer ecologista de occidente, resumió el arte verdadero de vivir con una frase que se le atribuye y que parecería que aquí realmente se practica: “Deseo poco, y lo poco que deseo, lo deseo poco”.

Lugares como este se llaman “ecoaldeas” y las hay de diverso tipo. Es un movimiento reciente y florece en la mayoría de países del mundo. No solo en el ámbito rural, sino también se empiezan a establecer en las ciudades a manera de comunas. ¿Será acaso este uno de los signos de los nuevos tiempos, de la nueva civilización, en la que no se busque como objetivo de vida el vivir mejor sino simplemente el de vivir bien? Porque el “vivir mejor” no tiene límites; es el mundo en el que nadie está satisfecho con lo que tiene. En cambio, el “vivir bien” tiene otra connotación y nos toca a cada uno de nosotros encontrar su verdadero sentido. Es el comienzo del encuentro con uno mismo. (O)

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