El Examen Nacional para la Educación Superior (ENES) convocó ayer a más de 300.000 jóvenes. Nunca antes ocurrió algo así en Ecuador. Los nervios y la alegría se entremezclaron en los rostros de los estudiantes. Y esos gestos solo revelan cómo un acontecimiento de esta naturaleza apuntala el futuro de nuestra patria. No se trata de un examen para excluir o para marginar. Todo lo contrario: es para garantizar la equidad y las oportunidades para todos, en función de su rendimiento y no por su ubicación en una clase social o geográfica. Se trata de un instrumento de evaluación de la aptitud de los estudiantes, que no se relaciona directamente con los planes de estudio de bachillerato y es un examen de alto impacto personal por la trascendencia que esta evaluación determina en la decisión de cada postulante.
Como ya se sabe, lo que el ENES evalúa es la aptitud verbal, la numérica y el razonamiento abstracto.
Más allá de las posturas ideológicas y de los conflictos electorales, nadie puede dudar de que el cambio más importante de este proceso político iniciado en el 2007 está en el campo de la educación. Y su cosecha, para decirlo de algún modo, no necesariamente se mide en lo inmediato. Ese cambio incluye la nueva infraestructura, pero sobre todo lo ocurrido ayer: exámenes donde los jóvenes forjan sus futuros sin necesidad de contar con un noble apellido o con una chequera inmensa.
En esa misma dimensión se incluye la inauguración de la universidad Yachay. Mañana el Ecuador será testigo del inicio de un proceso solo comparado como cuando se inauguró la Escuela Politécnica Nacional, en 1869, pero que luego, en la era neoliberal, fue abandonado.
Como forjadora de conocimiento para una revolución de paradigmas implica una densa lucha con muchos factores y actores económicos y políticos. Ya hay voces que vaticinan el desastre porque solo para eso les pagan y para eso reciben auspicios en determinados medios de prensa.
Así como la Politécnica sirvió para sembrar de profesionales de primera línea, de Yachay saldrán los forjadores de las transformaciones en muchos campos, con un alto nivel de compromiso con otros paradigmas y no al servicio del capital.
Los símbolos del cambio están ahí y no necesitan de mucha publicidad ni de defensa porque la conciencia nacional sabe que siendo un avance revolucionario solo fue posible gracias a la voluntad política y a la autoridad de un proceso político asentado en las necesidades de la gente y no del capital y sus partidos.
