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El Telégrafo

La pasión por denigrar con el ‘arma’ de los DD.HH.

27 de abril de 2014

Parece que ese afán de colocar la libertad de expresión como un derecho absoluto, por encima de cualquier otro, pero sobre todo a favor de unos sectores, es ahora la herramienta política por excelencia, como ya ocurrió en la época de la Guerra Fría.

Para ello se alinean los mismos factores de perturbación que en esos tiempos: ciertos organismos internacionales, algunas ONG muy bien financiadas y sintonizadas en sus tiempos de acción y discursos, la peor ortodoxia mediática de siempre y, para peor, algunos actores políticos bajo el manto de la izquierda.

Para todos ellos no importa que haya pobreza, exclusión, racismo y todas las fobias juntas. No, lo principal, dicen con énfasis, es la libertad de expresión. Sin ella, según todo este conglomerado, todo lo demás no importa y pasa a un segundo plano.

Paradójicamente quienes más demandan libertad de expresión son los más ‘expresivos’ en casi todos los medios, incluidos en los que ellos reprochan como censuradores.

Y -ya no tan paradójico- los demandantes coinciden en los argumentos, tesis y hasta tonos de una transnacional que no quiere pagar una demanda por los terribles daños a las poblaciones amazónicas.

En otras palabras, bajo el paraguas de los derechos humanos esos actores políticos desarrollan una estrategia muy bien articulada a la de los llamados ‘golpes blandos’. Hacen todo para desmerecer, desconocer y hasta difamar el esfuerzo de gobiernos y movimientos políticos por reducir la pobreza, garantizar el acceso a la educación y la salud, además de disminuir la exclusión y la inequidad. Todo porque para ellos (por cierto unos pocos y pertenecientes a unas élites de nuevo tipo y las más añejas) supuestamente no hay condiciones para expresarse en la prensa del modo que lo hacen, pero suponen que no es suficiente. ¿Quieren difamar sin control ni regulación? ¿Desean crear agencias de noticias y medios de comunicación desde el exterior sin ningún sentido de soberanía y responsabilidad jurídica y pública?

¿Y quienes ahora son aliados de todo el andamiaje de la derecha se empecinan en denigrar los procesos de transformación porque no son ellos los que los conducen?

A poco de cumplirse un año de la vigencia de la Ley de Comunicación, el Ecuador vive un estado pleno de libertad de expresión, pero ya no tiene el libertinaje para acusar sin pruebas, injuriar por odios y, sobre todo, para hacer de la prensa tribuna y tribunales para los sectores e intereses que se sienten arrinconados por el desarrollo de una verdadera democracia sin tutelajes.

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