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El Telégrafo

La cita de la izquierda de América frente a los pueblos

05 de octubre de 2014

Una de las más encendidas reflexiones de los participantes del Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP) fue sobre cómo radicalizar la democracia, ‘ejerciéndola en todas sus formas’, de modo que se consoliden los procesos de transformación.

Y, por supuesto, esta es una de las razones para entender por qué 10 naciones del continente están conducidas por gobernantes de izquierda, algunos de los cuales son reelegidos en primera vuelta.

En otras palabras: no se trata ya de cambiar al gobernante, de elegir un programa de gobierno elaborado y hasta ‘sacramentado’ por los organismos financieros internacionales, sino de sostener un proceso corto, pero profundo, después de más de 5 siglos de colonialismo.

En Ecuador no se había realizado hace mucho tiempo un encuentro de esta magnitud y de esta naturaleza: diversos partidos, líderes y dirigentes, en un diálogo horizontal, cargado de experiencias y preguntas para abordar los retos de la región, junto con organizaciones de Europa que se nutren de todo lo impulsado acá para cambiar las estructuras de injusticia e inequidad.

Lo que sí es cierto y estuvo latente fue que ninguna transformación se puede hacer solo de arriba hacia abajo, de espaldas al pueblo y mucho menos encerrados en un círculo intelectual que elabora fórmulas y modelos. Todo lo contrario: la gran lección de estos días es trabajar, del modo más práctico y sabio, con la gente, desde sus necesidades y convicciones, por encima de esas teorías que funcionaron bien en una época y en países concretos, pero que ahora resultan ajenas e inaplicables.

Y también lo que dice un párrafo de la resolución del ELAP: “renovar la agenda programática de cara al futuro con el fin de terminar con el neocolonialismo, la desestabilización, la primarización de las economías, la dependencia cognitiva y la hegemonía mediática y cultural...”.

Eso conlleva un enorme esfuerzo ante la ofensiva de grupos reaccionarios, empresas multimillonarias, aparatos de propaganda y entretenimiento que hacen el trabajo más sostenido y soterrado: minar la esperanza, confundir los anhelos de cambio con los espejismos del consumo, desprestigiar a los dirigentes y organizaciones, gobiernos y gobernantes de izquierda, inducir a la mentira y al falseamiento de la historia y de los logros alcanzados.

No cabe ninguna duda de que este cambio de época, a favor de los más pobres, no pudo ser posible sin la existencia de procesos progresistas. Eso saben y reconocen los pueblos en cada elección. La izquierda latinoamericana está obligada a profundizar la democracia, el compromiso y la participación, forjando creativamente más procesos y mecanismos para elevar la calidad de vida, el bienestar y el empoderamiento político y cívico de las nuevas generaciones.

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