Cuando miramos una gráfica hecha por algún economista, por lo general, suele decirnos que –detrás de las cifras, curvas, estimaciones, proyecciones y demás artificios numéricos que exponen– está representada la realidad, nuestra realidad. Para el común de los mortales, esa gráfica no deja de ser un collage de líneas confusas que se atraviesan la una sobre la otra: ¿Dónde está la representación de la realidad ahí! ¿Cómo uno se ve retratado en esa gráfica!

Es cierto que varias de las Ciencias Sociales se tecnificaron con fuerza desde el siglo XX, especialmente la Economía. Hasta hace poco se escuchaba a un alumno, de alguna Facultad de Filosofía, decir que uno de los requisitos para graduarse era que haya aprobado clases de Estadística y Matemática. Los números se nos filtraron hasta en la sopa.

Sin embargo, y debemos admitirlo, esas herramientas pues no son más que eso (aunque ciertas academias y gobiernos les den un fin ideológico), han facilitado ciertos procesos de la gestión pública. Asimismo, uno de los retos es trascender el sentido técnico de las cifras, para darles una dimensión cercana, real y política.
Por ejemplo: ¿Cómo entender el recientemente aprobado Presupuesto General del Estado, más allá de verlo como una suma de ingresos y gastos, de deudas y patrimonios, de haberes y deberes? ¿Cuál es la dimensión política de esa herramienta de planificación pública?

Un alto funcionario del actual Régimen mencionó alguna vez que “el presupuesto es la expresión financiera del Buen Vivir”. Esa frase, de cierto modo, sintetizaría ese esfuerzo por comprender al presupuesto desde su lugar político, ya que en base a los sectores priorizados monetariamente, se definiría la hoja de ruta que el Gobierno está impulsando.

Por otra parte, aunque ha habido críticas respecto a la forma de financiamiento actual, en China tiene un peso específico, vale la pena recordar lo que sucedía anteriormente: Cuando el país recurría a los organismos multilaterales más tradicionales, como el Fondo Monetario Internacional, para financiar sus proyectos, estos, para efectuar un crédito, lo hacían atados a condiciones. Es decir, se establecían reglas de política pública previa a la recepción de desembolsos como fueron las famosas cartas de intención.