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El dilema del prisionero

El dilema del prisionero
12 de mayo de 2014 - 00:00 - Fander Falconí

El calentamiento global y el cambio climático son como el llamado ‘dilema del prisionero’, con 7.000 millones de almas no colaborativas.

El ‘dilema del prisionero’ contradice el supuesto, de la economía ortodoxa neoliberal, de que un mercado de competencia alcanza la máxima eficiencia social, aunque los individuos actúan de manera egoísta. El ‘dilema del prisionero’ muestra que la cooperación genera mayores beneficios sociales que el egoísmo.  

Por el lado de la oferta, es penoso observar que cuando los científicos del mundo que no están cooptados por el gran capital hacen una nueva advertencia sobre el calentamiento global y el cambio climático, las petroleras se lanzan en tropel al fracking -un procedimiento para extraer gas o petróleo por medio de la fracturación de las rocas con fuertes impactos ambientales-.

Por el lado del consumo, el conflicto también es grave y, contra la ‘sabiduría’ de la corriente principal económica, la neoclásica-neoliberal, no está desvinculado de la producción, que, además, oscurece el tema de promedios que esconden las responsabilidades de quienes más tienen y más consumen.

El consumismo no solo es alienante en sí mismo, dentro de la misma lógica del mercado; además es autodestructivo, si se considera los impactos de largo plazo que infringe en el ambiente.

El hecho concreto es que resulta fundamental abordar el calentamiento global como un problema civilizatorio, y evidentemente como un tema geopolítico, en un momento como el presente, que hemos rebasado los límites de las 400 partes por millón de la concentración promedio de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera. Es un problema civilizatorio, ya que el volumen de CO₂ arrojado a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles, nos puede llevar a la extinción humana. Constituye un aspecto geopolítico, puesto que son los países ricos los que más contaminan. Pero la opción de la conservación y la sustentabilidad ambiental van más allá de una opción política. Es una opción ética.

Es la humanidad y la naturaleza entera las que están en juego en el planeta, y por esta razón es urgente intervenir. La deuda ecológica y las ENE (emisiones netas evitadas) son 2 aspectos que están en la palestra de la discusión internacional.

Deuda ecológica

Las naciones del Sur tenemos una deuda financiera con el mundo rico, pero, al mismo tiempo somos acreedores de la deuda ecológica, que es ‘una deuda que nos adeudan’ los países del norte. Es decir, se trata de una especie de débito que nunca cobramos y que ellos nos deben, pero que simulan desconocerlo o, conociéndolo, pretenden ignorarlo. Un caso patético de indolencia o de imperdonable negligencia.   

La deuda ecológica responde a las exportaciones de bienes primarios mal pagadas; los servicios ambientales gratuitos o no valorados en forma monetaria, que entregan los países del Sur por la venta de productos primarios; la contaminación de la atmósfera por la excesiva emisión de gases de efecto invernadero, provocada por las naciones industrializadas; y la apropiación desproporcionada de la capacidad de absorción de dióxido de carbono que tienen los océanos y bosques del planeta. En definitiva, un conjunto de responsabilidades que deben asumirse para subsanar la condición actual del mundo físico.

Emisiones evitadas

Las emisiones netas evitadas están mucho tiempo en la política de REDD (por las siglas en inglés de reduced emission from deforestation and forest degradation), un programa de la Organización de Naciones Unidas (ONU), es decir que paguen por reducir deforestación y evitar emisiones de CO₂. Se trata de generar un valor monetario para el carbono almacenado en los bosques, ofreciendo incentivos a los países ‘en desarrollo’ para reducir las emisiones. REDD + incluye la gestión sostenible de los bosques y el aumento de las reservas forestales de carbono.

Aunque se discute desde el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático en 1997, las emisiones netas evitadas (ENE) se convirtieron en política oficial hacia 2008, o sea contemporáneo con la iniciativa Yasuní ITT. El lazo entre dejar petróleo en tierra en lugares social y ambientalmente frágiles nació en 1997 (en las reuniones paralelas de Kyoto) con propuestas que venían de Oilwatch (tanto Nigeria como Ecuador), y en esas propuestas se hablaba del beneficio adicional de evitar emisiones de CO₂ (por deforestación, quema de gas y petróleo evitadas).

El mecanismo REDD consiste en evitar emisiones de CO₂ por deforestación (conservar el carbono en la superficie de la tierra), pero no se aplica a carbono bajo tierra en los combustibles fósiles. Ecuador, en 2007, como gobierno propuso ampliar REDD a los combustibles fósiles, en determinadas zonas del mundo de gran valor social y biológico. Este es el caso del Parque Nacional Yasuní. Así, las ENE por quema de petróleo, en el plano oficial, es una idea ecuatoriana.

Los mecanismos REDD no están libres de críticas. Por una parte, no generan ningún incentivo para reducir la contaminación por quema de energía fósil. De otro lado, el hundimiento del mercado europeo, por exceso de permisos concedidos y la persistente crisis económica, les ha dado la razón a otros críticos. En este momento el precio de la tonelada de CO₂, tiene una ligera alza en los mercados spots, pero su precio aún es bajo.

A mi juicio, la ‘gobernanza’ internacional y sus principales organismos (el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio e incluso el mismo sistema de Naciones Unidas) continúan atrincherados en las ideas repetitivas, lo cual ha llevado a convertirlos en una terrible camisa de fuerza para las naciones contemporáneas. Cada año se repite, como una peregrinación y con un dispendio de recursos, las cumbres de cambio climático organizadas por la ONU, sin ningún acuerdo vinculante. Si en París en la próxima Cumbre de Cambio Climático en el 2015 el mundo recobra la razón y hay un post-Kyoto con obligación de reducir a la mitad las emisiones, admitiendo drásticas reducciones obligatorias, cortando permisos, entonces el precio de la tonelada de carbono subiría (y la energía solar se volvería competitiva).

Por lo tanto, es necesario articular las acciones de un frente Sur en el escenario de Naciones Unidas en 2015, donde además se tratarán los ODS (objetivos de desarrollo sustentable) en reemplazo de los cuasi fallidos ODM (objetivos del milenio) y la Agenda post 2015 de la ONU.

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