Cuando Jorge Andrango era niño disfrutaba de las plantas, de sus formas, colores y  aromas. Empíricamente comprendía que cada una era necesaria para que su mundo, la pequeña comunidad de Rasuyacu Corazón de Jesús, funcione con armonía.

Conforme crecía fue testigo de cómo varias de ellas desaparecían y notó que las generaciones que venían detrás de él ya no las conocían o no las identificaban.

Pero a Jorge seguían gustándole y empezó a investigar sus nombres científicos, las propiedades de cada una y hace 15 años decidió que la hectárea y media de su familia podía servir de albergue para las plantas nativas en peligro de desaparecer.

Con la ayuda de sus hermanos y esposa, comenzó la travesía hacia la recuperación de las especies. Actualmente su vivero, ubicado en su comunidad natal, a 15 minutos del centro de la parroquia Toacaso, en Latacunga, alberga a más de 150 especies nativas, herbáceas, arbustos, árboles y hasta orquídeas. 

Cada planta en el herbario de Jorge tiene una cualidad: el sauco, en infusión, sirve para sobrellevar la falta de aire en las alturas y curar las gripes; el sacha capulí es parecido al capulí grande y es proveedor de buena madera; la chilca quita el ‘mal aire’; el posufato amortigua la intensidad de la lluvia y drena el agua; el romerillo de páramo sostiene la neblina para que no dañe los sembríos, y el arete de inca produce flores y alimento para las aves.

Jorge también protege al floripondio que ayuda a la preservación del colibrí picoespada. “Cuando el floripondio se volvió escaso el colibrí dejó de venir, de reproducirse, pero ahora que estamos preservando esta planta está regresando”, contó el comunero que dice que alrededor de 15 especies de aves han vuelto gracias a la reforestación.

En este espacio también hay cultivos orgánicos de zanahoria, cebolla, lechuga, rábano, zapallo, acelga, espinaca y hierbas dulces (manzanilla, hierba luisa y toronjil).

Pese a la gran satisfacción que le produce la conservación de las especies nativas, la venta de estas no es tan sencilla, no tiene mucha demanda por el desconocimiento sobre su importancia. Al parecer se prefieren especies foráneas como el eucalipto o los pinos, ejemplares introducidos que erosionan la tierra, pues consumen más agua de la que existe en estos sectores.

Pero este comunero apasionado por las especies de su tierra no piensa declinar en su sueño de introducir nuevamente todas las plantas nativas, lograr que los niños y jóvenes las conozcan y sepan sus propiedades.

Hace un par de semanas recibió en el vivero a estudiantes de la Unidad Educativa Primero de Abril, quienes conocieron las plantas. Y pese a que la situación económica del emprendimiento no es la mejor, Andrango y su familia donaron 500 plantas de retamaliso, cedro samil, aliso y arrayán, con el compromiso de que los jóvenes reforesten zonas donde sea necesario.

“Estaban muy contentos, alejados  del estrés de la ciudad, se sintieron libres en el campo”, expresó el amante de la vegetación. 

Algo más

¿Cómo llegar? La entrada al vivero no tiene costo. Rasuyacu es un término kichwa que significa “agua de nieve”. La comunidad está ubicada a 15 minutos de la parroquia rural Toacaso (Cotopaxi) y a 90 minutos de Latacunga.

El transporte. Existen 2 cooperativas de buses que llegan hasta la parroquia Toacaso. Una que lleva el mismo nombre del poblado rural y la Cooperativa Iliniza.

La comunidad. Rasuyacu tiene 65 habitantes y su clima es frío. La comunidad también ofrece guía a los visitantes. Desde este año incursionan en el turismo comunitario, a fin de conservar el ecosistema del lugar y reactivar la economía de la comunidad. (I)