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Polvo de estrellas retrata la esperanza de Mascarilla, El Chota

Una maqueta de Romero fue finalista en el concurso Felifa-Futura, en 2016, e hizo una presentación multimedia.
Una maqueta de Romero fue finalista en el concurso Felifa-Futura, en 2016, e hizo una presentación multimedia.
Foto: cortesía / Isadora Romero
27 de enero de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

A lo lejos: los parajes del Valle del Chota, donde el agua es una excepción del cielo. En primer plano: un cementerio de llantas usadas, apiladas unas sobre otras. La fotografía es de la quiteña Isadora Romero y fue tomada en Mascarilla, población imbabureña donde habitan unas 600 personas que conforman el único asentamiento rural de negros en los Andes ecuatorianos, en el límite con Carchi.

El archivo de la fotógrafa contenía unas 3.000 imágenes captadas entre 2015 y 2016, en visitas intermitentes al pueblo, que iban de 3 días a una semana. Al inicio, y mientras se acostumbraba al paisaje, Isadora se hospedaba en un hostal del Grupo Artesanal Esperanza Negra (GAEN). Allí, la voz de Anita Lara -líder de la fundación- le daría forma al imaginario que guardan las fotos.

Por lo general, pienso en el concepto de las fotografías, pero el proceso en Mascarilla fue más intuitivo -dice Isadora bajo el sol que los capitalinos llaman ‘de aguas’-, se trataba de ir sintiendo y que la idea de la serie tome forma durante la edición.

“La memoria oral no solo se remite a los cuentos y leyendas, sino que es una forma de aprendizaje, de conservación del conocimiento. Por tanto, todo lo que me contaban, unido a su vestimenta o costumbres, iba conformando símbolos”. El miércoles pasado Isadora inauguró la muestra Polvo de estrellas, en el Fondo de Cultura Económica (6 de Diciembre y Wilson), donde estará hasta el 9 de marzo.

El nombre de la muestra es también el de una leyenda de Mascarilla: una estrella flota sobre el pueblo y hace que los niños que no han vuelto a casa al anochecer pierdan su forma humana, desintegrándose. La paradoja es que Isadora empezó a encontrar estrellas en la tierra, en las casas, en la hostería y dibujadas sobre la piel de un chico a orillas del río, como devela otra de sus escenas.

“El lugar está lleno de polvo, de ahí surgió el nombre, además de la alusión a la ciencia (y la poética). Cada historia es parte de todos los humanos”, describe la fotógrafa que llegó al Chota atraída por su música y por los relatos de su nana, Alicia Chalá, con quien vivió una parte de su infancia en el barrio quiteño El Inca y a quien solo volvió a ver en un bus, por casualidad, hace 4 años, donde se emocionaron al encontrarse.

“Ella me contaba cosas y cantaba; recuerdo más su voz que las historias”, sonríe Isadora, quien conoció Imbabura gracias a Alicia.

Entre lo real y lo ficticio

En Mascarilla, la emigración es un fenómeno constante que, en muchos casos, tiene al negocio del fútbol como horizonte. En ese contexto, un grupo de mujeres se organizó para distribuir mejor los recursos entre la población y crear proyectos que generen más oportunidades de trabajo en el lugar. Hay artesanas que hacen máscaras de arcilla que han llegado a exportarse y que han sido una de las bases para la creación de una cooperativa de ahorro y crédito.

Anita Lara le dijo a Isadora Romero que la iniciativa surgió por la ausencia de espacios de reunión  para mujeres. “Los hombres siempre se quedan, en grupo, conversando, bebiendo -le contaba-, mientras que nosotras tuvimos que buscar otros sitios para hablar”.

Estas vivencias también se ven en la serie aunque -según la autora- “las mujeres están y no están, aparecen de ladito”.

Contrario a lo que se cree, Mascarilla -habitada por brujas, duendes y hasta una llama de fuego que guía hacia un tesoro- no le debe su nombre a la cerámica sino a la llegada de indígenas a sus haciendas coloniales. “Eran esclavizantes sus condiciones de trabajo y empezaron a morir, entonces se habló del Valle de sangre y muerte”, cuenta Romero antes de explicar que el vocablo mascarilla quiere decir “los más fuertes”, una forma de caracterizar a los afrodescendientes.

El propósito de la fotógrafa era “retratar la vida diaria encontrando símbolos en sus narraciones orales para crear un universo fantástico, imaginario”.

A inicios del año pasado, una parte de su trabajo fue expuesta en  un cubo gigante en la estación de El Trole, en Quitumbe, junto con otras fotografías de la negritud. En noviembre de 2016, 9 fotos fueron publicadas en la edición colombiana de la revista Vice. La editora Paula Thomas las incluyó en un libro de mujeres fotógrafas.

Las 40 imágenes de Polvo de estrellas fueron curadas por el fotógrafo Misha Vallejo y están dispuestas como una constelación que denota esperanza. (I)

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