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Paco Cuesta, el humor como soporte del arte

Paco Cuesta estudió cine en Estados Unidos. Dentro de la agrupación exploró varios formatos de trabajo.
Paco Cuesta estudió cine en Estados Unidos. Dentro de la agrupación exploró varios formatos de trabajo.
Foto: José Morán / El Telégrafo
28 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

La ecuatoriana Judith Gutiérrez creó nuevos paraísos para el mito del Génesis, en el cual se fundamenta el origen del hombre, en la tradición cristiana occidental. En las pinturas de la artista se confunde lo profano con lo sagrado. Paco Cuesta (Guayaquil, 1953) le agregó nuevos colores y sonorizó en 16 milímetros la serie de cuadros de la artista, en lo que llamó ‘Adán y Eva en el paraíso de Judith Gutiérrez’, llevando a un nuevo lenguaje la creación.

En el paraíso de Judith Gutiérrez animado por Cuesta, Adán y Eva “se encontraban, caminaban, se alimentaban, hacían el amor, tenían relaciones con estos animales extraños y, de repente, llegaba un querubín y los botaba del paraíso que cambia en cada escena. Los ángeles soplaban y los expulsaban”. Entonces, Adán y Eva llegaban a otro paraíso donde había semillas reales, ya no dibujadas, que germinaban poco a poco y crecían en una semana.

En cada lámina de acetato, Cuesta pintó una escena que hasta la década pasada podía verse solo en blanco y negro porque los colores se habían perdido. La última proyección del filme fue en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) y se quedó en la bodega por un descuido de Cuesta. Este año abrieron la película y lo llamaron para decirle que la humedad había acabado con la cinta. “Parecía una sopa”, dice el artista sin parar de reír cada vez que lo recuerda.

‘Adán y Eva en el paraíso de Judith Gutiérrez’ era la única de sus animaciones que sobrevivió al tiempo. Todo lo que hizo lo quemó porque –confiesa– no quería que nadie más lo vea; las obras que no destruyó terminaron por desaparecer por su propia naturaleza.

Trabajos como Pujos, Regreso a la transparencia (a partir de un poema de Jorge Carrera Andrade) o Borboyón se perdieron, los envió por correo o se los robaron de su casa.

La animación fue su primera apuesta después de regresar de estudiar cine en Estados Unidos, en los 80, la década en la que integró La Artefactoría, el grupo que abrió la puerta al arte contemporáneo en Ecuador junto a Jorge Velarde, Marco Alvarado, Marcos Restrepo, Xavier Patiño y Flavio Álava. Al igual que el resto de miembros de la agrupación, Cuesta se ingenió un lenguaje para interpretar “el momento caótico” que le tocó vivir en Guayaquil, con la guía del historiador de arte Juan Castro y Velásquez.

Desde la revista Objeto-Menú, donde considera estuvo la esencia del trabajo de La Artefactoría como grupo y propuesta, Cuesta experimentó con distintos lenguajes: usó la pintura para cargar de nuevos símbolos a los relatos canónicos, como cuando agregó serpientes y otros elementos simbólicos a su versión barroca de ‘La última cena’, o incorporó en el escudo de Guayaquil una flecha, partiéndolo en la mitad.  

Cuesta dice que nunca le interesó si había sitios para exponer su obra. “Yo nunca trabajé de forma cercana con Madeleine Hollander (la galerista que prestó su espacio para las primeras muestras de La Artefactoría), hasta 2001 que fue la exposición histórica de su galería. Ella tenía más contacto con los otros artistas que conmigo. A mí lo único que me interesaba era  hacer y crear, no me preocupaba vender mi obra, que se la conozca, ganar concursos y salones”.

El trabajo de Paco Cuesta está atravesado por su sentido del humor. Dentro de la muestra ¿Es inútil sublevarse?, que reúne a los miembros de La Artefactoría en el MAAC, su obra está compuesta por una serie de artefactos que insertan en una dinámica industrial y comercial a la comida artesanal ecuatoriana. Entre ellos está un sofisticado distribuidor de humitas, una refinada vajilla para servir la sopa de cabello de ángel o una olla rústica con instrucciones para calentar el caldo de salchicha.

“Para mí -dice Cuesta- lo más  importante es que el espectador se entretenga viendo la obra, que disfrute, que se sorprenda. La sorpresa es parte del entretenimiento porque descubres cosas”.

El artista se ha dedicado durante gran parte de su vida, hace más de 20 años, a la producción televisiva y dice que esta no marca ninguna diferencia con su proceso creativo, valorado como arte. “Creación es creación: puede ser un banquero que crea una forma de quitarnos la plata, un chef que crea una comida; también puede ser un comediante que hace un chiste de una forma espontánea. La creación es creación y hay unas que son buenas y otras que son dañinas, blancas, positivas, oscuras; son creaciones todas y no establezco diferencias”.

Cuesta sabe que la televisión es para un público, que necesita un rating y que, a diferencia del arte, está consolidada como una industria que sabe vender. Reconoce que con el arte falta aún desarrollar un gusto “por comprender lo que los artistas de esta ciudad están creando como respuesta al medio, al mismo ambiente que un posible comprador vive”. De alguna forma, Cuesta interpreta también la ciudad desde la televisión, pero en el arte le preocupa tan solo divertirse a sí mismo. (I)

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