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"La alegría mengua velozmente en el mundo y se hace más necesaria la imaginación"

Entregados desde 1981, los premios están dotados con 50 mil euros y una escultura del español Joan Miró.
Entregados desde 1981, los premios están dotados con 50 mil euros y una escultura del español Joan Miró.
Foto: Gorka Castillo
24 de octubre de 2016 - 00:00 - Gorka Castillo, corresponsal en España

El viernes pasado, Oviedo se vio luminosa para recibir a los 8 galardonados con el premio Princesa de Asturias, el equivalente modesto a los Nobel suecos, que desde hace 36 años concede la Fundación Real Española a aquellas personas cuyo trabajo haya fomentado la difusión de valores científicos, culturales y humanísticos que contribuyan a hacer un mundo mejor.

Sobre el vetusto escenario del teatro Clara Campoamor, escoltados por un invencible regimiento de gaiteros y bajo la presidencia honorífica de los reyes Felipe IV y Letizia, desfilaron los galardonados, como la secretaria ejecutiva de la Convención sobre el Cambio Climático, la mexicana Patricia Espinosa, que recogió el premio especial a la Cooperación Internacional para desear que reconocimientos como este sirvan para hacer realidad la visión de que un “desarrollo de bajo carbono no solo es posible, sino necesario”.

Luego llegó el turno del fotoperiodista estadounidense James Nachtwey, conocido por su trabajo como corresponsal de guerra, pero también por sus testimonios visuales, siempre descarnados, sobre los efectos devastadores de los otros látigos que hoy azotan la conciencia del mundo, como los campos de refugiados o los lugares castigados por catástrofes naturales, como la que el pasado abril golpeó Ecuador. Su aplaudida distinción en el apartado de Comunicación y Humanidades fue exaltada por el propio monarca español durante su discurso ante la mirada templada del periodista.

A su lado estaba la actriz Nuria Espert, la dama del teatro español, protagonista indiscutible de las más sensacionales adaptaciones de la literatura de Federico García Lorca.

A sus 81 años, Espert se apropió de un pequeño monólogo del autor granadino repleto de amor y desgarro para dar paso a una poética declaración de intenciones. “He construido mi carrera en mis dos lenguas amadas, el catalán y el español. Y para hacer algo más que dar las gracias me serviré de dos genios: Lorca y Shakespeare”.

Fue el éxtasis de una ceremonia gloriosa, a la que faltaba lo mejor. Uno fue el escritor estadounidense Richard Ford (Jackson, 1944), premio de las Letras, cuya mirada sombría y densa sobre la vida cotidiana de seres anónimos e invisibles de una sociedad opulenta como la suya cautivó a los espectadores de una manera asombrosa.

“La alegría mengua velozmente en el mundo; por lo que supongo que se hacen aún más necesarios los actos de la imaginación encaminados a inventarla. Hoy no volveré a casa en Siria, Birmania o Sudán del Sur donde la tarea de la literatura –hacer que algo suceda, hacer que una vida vacía se convierta en poética para bien de todos– es prácticamente imposible pero, sin embargo, la consiguen”, concluyó Ford con un guiño de denuncia a la sinrazón de la guerra y la desigualdad extrema.

Con el rostro radiante, ‘feliz’, con su hilo de voz empezando a resquebrajarse, la premiada en el área de las Ciencias Sociales, fue la británica Mary Beard, profesora en la Universidad de Cambridge y una las investigadoras que han obrado el milagro de acercar la Antigua Roma a una sociedad contemporánea bombardeada por la cibervelocidad.

Cordial y sumamente divertida, ironizó sobre la fama adquirida en su país. “No por mis estudios sobre las lenguas clásicas, sino por mis enfrentamientos con los abusadores en internet, los trolls”. Levemente ruborizada y en un tono mucho más serio, Beard advirtió en su discurso: “No ser capaz de pensar de forma histórica hace que todos seamos ciudadanos empobrecidos. La historia no es un libro de respuestas a los problemas actuales, pero sí nos enseña sobre nosotros mismos”.

Menos ceremoniosos estuvieron otros galardonados, como el biofísico Hugh Herr, premio de Investigación Científica y Técnica por el diseño y desarrollo de prótesis tecnológicamente avanzadas, que han revolucionado la vida de miles de discapacitados físicos; y el triatleta español Javier Gómez Noya, premio del Deporte tras convertirse en campeón de Europa y del mundo.

Para finalizar, el presidente de la ONG Aldeas Infantiles, Pedro Puig Pérez, premio de la Concordia, extendió el reconocimiento a todos los voluntarios que trabajan en una organización que ha dedicado sus 60 años de existencia a proteger a los seres más vulnerables de la Tierra, los niños, en 134 países.

“Ellos son los que merecen este galardón”, dijo Puig Pérez, visiblemente emocionado. (I)

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