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Juanca Vargas recrea nuevos espacios con lo inadvertido

Juan Carlos Vargas integra el colectivo de arte y crítica al medio Los Chivox. Es parte de los alumnos que pasaron del ITAE a la UArtes.
Juan Carlos Vargas integra el colectivo de arte y crítica al medio Los Chivox. Es parte de los alumnos que pasaron del ITAE a la UArtes.
Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo
23 de febrero de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

La primera vez que Juan Carlos Vargas (Guayaquil, 1992) quiso exponer en NoMínimo, la galería de arte de Plaza Lagos, envió un tacho de basura municipal. Junto con los otros integrantes de Los Chivox, su colectivo de trabajo y de crítica del medio artístico, sacaron ese objeto público del barrio El Astillero, en el sur de Guayaquil. Bajo el título ‘A quien interese’ denunciaron el robo en un anuncio de un diario.

La acción se pensó como un ejercicio de intervención en Guayaquil y una forma de reclamar lo público en una ciudad que tiende a privilegiar lo privado. Al final la propuesta no tuvo cabida entre el gusto de los jurados del Premio Batán, organizado por la galería y para el cual postulaban.

Dos años después, el artista monta su primera muestra individual en el mismo espacio blanco con una obra cuya esencia no dista mucho de las intenciones que tuvo junto con su colectivo en la postulación del Batán.

Vargas presenta Vealed/Revealed, su primera muestra individual en la ciudad con una instalación fotográfica que cobra sentido al intervenir la pulcritud del espacio con las manchas de sus recorridos.

La obra recopila el andar de su autor por la calle y las coincidencias que puede desencadenar la fotografía análoga con aquello que pasa inadvertido en el tránsito cotidiano, incluso con una luz cuyos matices no se distinguen al andar.

La incertidumbre de las imágenes se profundiza con el uso de una película caducada y la cianotipia, un método a través del cual la imagen siempre queda en azul.

Vealed/Revealed expone a un artista cuyas indagaciones persisten en activar lugares ya olvidados o destrozados. En esta serie presenta el juego entre fotógrafo callejero y archivero. En la galería NoMínimo suplanta las estilizadas cédulas de cartulina blanca por trazos de marcador negro sobre la pared.

La primera obra de la muestra es la imagen inacabada del proceso de cianotipia sobre la pared. El cielo fotografiado intenta revelarse con la luz ficticia de la galería, sobre su blanco, con la evidencia del proceso regándose sobre la pared y otras tantas fotos del mismo espacio en distintos tonos.

En una especie de remembranza del proceso fotográfico atraviesa las paredes del espacio con cordones que asemejan un cuarto de revelado, con las fotografías de cianotipia colgando. Cada una de ellas conforman la serie Procedimiento en pluma de ganso, como el cuento del argentino Roberto Arlt en el cual el personaje central ataca a su enemigo haciéndolo morir -literalmente- de risa con una pluma del ave.

El proyecto se presentó en el   Museo de Arte Contemporáneo Augsburgo, de Alemania, como parte de la muestra colectiva Rompeflasche, en colaboración con el Centro de Arte Contemporáneo de Quito (CAC).

Cada día, durante un mes, Vargas enviaba al museo alemán la imagen de una pluma hallada en el espacio público. Aquello lo entendía como metáfora de los mensajes que se envían en botellas a través del mar. La suya es una pluma viajera. Su registro llegaba por correo electrónico, se imprimía en Alemania y se convertía en una postal.

Además del registro fotográfico de un edificio abandonado en Quito sobre papel metálico, Vargas presenta una serie de archivos descartados de la memoria.

Bajo el nombre ‘El archivo Vargas’, en alusión a un fotógrafo que trabajó en el país en el siglo pasado, utiliza como eje la apropiación de objetos callejeros encontrados al pie de la basura -a pesar del recuerdo que esos objetos podrían guardar-.

El artista y docente visual Ilich Castillo habla en el texto de la muestra sobre la relación ficticia de parentesco que Vargas ha creado con un fotógrafo decimonónico de idéntico apellido, cuya labor de registro se concentraba en procesos de inventario, dominio y colonización. “El Vargas último -dice Castillo- parece servirse de cierto pedigrí que le transmite este autor a su obra, a su vez intenta retomar el eslabón suelto entre el documentalista y el street photographer para perpetuar la tradición. El mito como móvil del rito”.

Para Castillo, el trabajo de Vargas “es, a fin de cuentas, una pregunta sobre la percepción y cómo aquella está ligada a la historia y subjetividad de sus aplicaciones, que a su vez indaga sobre cómo el paso del tiempo reconfigura los géneros a través del medio”. (I)

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