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"El ensayo de Benjamín Carrión es de estilo 'martiano', dialogante"

Entre 1991 y 1994, Salazar fue responsable y colaborador en la Biblioteca y Archivo de Benjamín Carrión.
Entre 1991 y 1994, Salazar fue responsable y colaborador en la Biblioteca y Archivo de Benjamín Carrión.
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
30 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

El investigador literario y bibliógrafo Gustavo Salazar (Quito, 1966) pertenece a una generación que vio a la obra del escritor lojano Benjamín Carrión como una suerte de entelequia. Había lecturas que lo santificaban, que no lo interpelaban y que etiquetaban todo lo que había escrito como algo maravilloso. Pero también hubo quienes fungieron el rol de parricidas, criticaron el exceso de bondad en sus análisis literarios, y lo cuestionaron por ser un autor impresionista.

Para determinar el sitio justo en la historia de la literatura nacional que se merece Carrión, alejado de los apasionamientos de ambos bandos, Salazar ha dedicado un cuarto de siglo de su trayectoria como investigador a estudiar el trabajo del autor de Cartas al Ecuador (1943). Este recorrido inició en 1991, cuando le encargaron elaborar la catalogación, archivo y avalúo de la biblioteca de Benjamín Carrión. Luego, hace 20 años, aparecieron progresivamente estudios con su prólogo, selección y notas, entre ellos: Correspondencia I: Cartas a Benjamín (Quito, 1995); Benjamín Carrión: un rastreo bibliográfico (Quito, 1998); La suave patria y otros textos de Benjamín Carrión (Quito, 1998); y La patria en tono menor, ensayos escogidos de Benjamín Carrión (México, 2001).

Este último libro fue publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) junto con la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y presentado la semana anterior por Gustavo Salazar, en el auditorio Carlos Fuentes. Su objetivo al armar esa antología de ensayos era situar a Carrión como un escritor, y no como el antropólogo, sociólogo, filósofo o pensador que su generación estaba acostumbrada a nombrarlo.

“Mi acercamiento a la obra de Carrión era para ver a un excelente escritor que tenía una gran capacidad de reflexión, y que eso le permitió fluir en el ensayo, el cual era  su gran aporte, dice Salazar. Desde que me involucré con su biblioteca he leído toda su obra. He tenido que leer hasta esa novela que por capricho Carrión sacó, Por qué Jesús no vuelve (1963). Una obra que seguramente solo la deben leer quienes hacen historia de la literatura o de la narrativa ecuatoriana, porque no es recomendable. Carrión no era poeta ni narrador. Escribió unos cuantos versos, un par de novelas, algunos cuentos, pero ventajosamente esas son algunas etapas que solamente quedarán para la historiografía de la literatura”.

Salazar recuerda que Carrión tenía tantas ansias de ser reconocido como novelista que,  cuando mandó su primera novela a Gabriela Mistral para que la valorara, ella le respondió una carta muy afectuosa en la que le dijo: ‘Querido Benjamín, usted no es para la novela, su fuerte es el ensayo, dedíquese a ello’.

En su producción narrativa Benjamín Carrión abordó el ensayo y la crítica literaria, el ensayo histórico, interpretativo y político, escribiendo innumerables artículos periodísticos. “Como bien han apuntado varios críticos en los últimos tiempos, Carrión pertenece a esa línea de escritura de ensayo que Gabriela Mistral llamaba ‘ensayo martiano’, que procede del ensayo al estilo de José Martí. Me refiero a ese ensayo coloquial, ese ensayo que cuando lo leemos nos da la sensación de que estamos dialogando con alguien. No es el sujeto que nos lanza unos mamotretos de ideas y, además, quiere convertirnos (a sus ideas). Carrión calza dentro de esa gran línea del ensayo interpretativo, reflexivo, que Hispanoamérica ha dado por cientos, como es el caso de Alfonso Reyes o de Gonzalo Zaldumbide. Incluso hubo narradores, o poetas, que en el ensayo se han lucido, como Octavio Paz o Vargas Llosa”, reflexiona Salazar.

El hecho de que este libro haya sido publicado por el FCE de México es una suerte de homenaje a un autor que ha tenido una estrecha relación con ese país, pues no solo escribió varias obras ahí, fue su embajador como representante de Ecuador, profesor de la UNAM, sino  porque le concedieron el premio único  Benito Juárez (por el centenario de la muerte del expresidente mexicano), otorgado a una persona que haya contribuido a la defensa de la democracia.

Carrión también fue lector de algunas editoriales, sobre todo la del  FCE. Un año y medio antes de su muerte, le escribió a su amigo mexicano Fedro Guillén, el 28 de julio de 1977, que estaba muy contento con el premio Rómulo Gallegos otorgado a Carlos Fuentes, y decía en la carta: “Yo fui presidente del primer jurado que concedió el premio Rómulo Gallegos en 1967, hace diez años, y se lo dimos al peruano Vargas Llosa, por La casa verde; luego a los cinco años lo obtuvo el colombiano Gabriel García Márquez, por Cien años de soledad, era la hora de Fuentes”.

Carrión tuvo el ojo crítico para avizorar lo que, en ese entonces, era la nueva propuesta narrativa de Hispanoamérica, el boom literario. Su aguda capacidad lectora, para Salazar, lo convirtió en un prolífico ensayista. Por ejemplo, cuando el destacado crítico literario peruano  Luis Alberto Sánchez (que era jurado dentro de su país para determinar qué obra representaría al Perú en el Rómulo Gallegos) se negó a que La casa verde participara en el concurso porque sentía que no estaba a la altura, Carrión, que era amigo de Sánchez, le insistió que el libro de Vargas Llosa concursara, y lo logró. Pocos años después, el futuro Nobel de Literatura le escribió una carta a Carrión en la que le agradecía porque él fue determinante para que le otorgaran el premio.

“Esto nos da la medida de la generosidad de Carrión -apunta Salazar-; de como aparte de su inteligencia, de su gran capacidad lectora, tenía una generosidad para dar paso a lo nuevo, porque en su tiempo el boom era una literatura que tuvo mucha oposición”.

Para Salazar, un defecto que tenía Carrión cuando hacía crítica literaria era que, en ocasiones, enlistaba mucho. “En sus artículos suelen aparecer dos párrafos de listas de autores que no terminaban de decir nada. Eso iba en desmedro del autor de quien se hacía el análisis. Pero hay otras ocasiones, como cuando habla de Pablo Palacio, donde es más preciso y lúcido, y dice que hay algunos recursos en ese joven escritor que nos recuerdan a Eça de Queirós. Carrión nos da pautas, como decía Zaldumbide, para potenciar una lectura, pues esa es la obligación de un crítico literario; no cerrar la lectura, no decir verdades absolutas, sino que uno, luego de leer una crítica literaria, tenga más deseos”.

Sobre los detractores de Carrión que insisten en acusarlo de ser muy blando en sus críticas, Salazar, para contrastar esa idea, recurre a lo que el lojano escribió en el capítulo final (llamado ‘Un intento de interpretación’) de El nuevo relato ecuatoriano, donde planteaba elementos que, hasta ahora, no pierden vigencia. Señalaba que la literatura ecuatoriana carecía de humor, y que en  aquel entonces los dos únicos humoristas que había eran Pablo Palacio y, en algo, Humberto Salvador; decía que cuando la literatura se convertía en panfleto no tenía ninguna relevancia; y criticaba la forma cómo se abordaba el sexo en la narrativa. Indicaba que el sexo aparecía solo como algo agresivo, violento, lo cual impedía que la eroticidad surja. (F)

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