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Donoso Gutiérrez narra la fantasía de lo rural

El escritor guayaquileño vive en el sur de la ciudad, en una casa de madera que perteneció a los empleados de la hacienda La Saiba.
El escritor guayaquileño vive en el sur de la ciudad, en una casa de madera que perteneció a los empleados de la hacienda La Saiba.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
24 de julio de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Miguel Donoso Gutiérrez (Guayaquil, 1962) presentó en su ciudad natal, a inicios de este mes, su segunda novela titulada La Maleta. El hijo del escritor homónimo narra en este libro una historia rural con personajes que aparecen como leyendas y que, por excesivas, permanecen ocultas, a la espera de que alguien tome el riesgo por contarlas.

El autor guayaquileño  utiliza varios juegos narrativos para introducir al lector a su obra. El primero se encuentra en las páginas iniciales, donde entre dedicatorias señala que “este escrito fue encontrado en el cementerio general, el 4 de enero del año 2016, bajo un árbol de suche con flores blancas y rojas”.    

Para arrancar la historia, Donoso utiliza como personaje central a un periodista, cuyo jefe, el viejo Martínez, le lanza desde el otro lado de la redacción un grito de instrucción sobre el lugar donde debe ir para construir su próxima historia. Entonces, el periodista sale a buscar ‘La Riada’.

En el camino, el personaje se encuentra con fuentes que le dan pistas sobre el sitio que busca y lo transportan con don Mateo en su balsa, hasta que se queda solo. Entonces, los personajes comienzan a ser seres imaginarios, gente que se esconde entre la vegetación del bosque abandonado. Con ellos empieza la trama central, la de una familia que se disputa una herencia y, al mismo tiempo, está enredada en una historia  de corte erótico.  Esta es la segunda novela que presenta Donoso Gutiérrez, pero se trata de la primera que escribió. A pesar de que la inició en 1999, todo este tiempo trabajó en darle un ritmo más preciso.  Así, un libro que inicialmente tenía más de 400 páginas terminó en una novela corta de 80.

Donoso trabaja con la imaginería  con la que creció, en Tepoztlán, un pueblo del centro-sur de México. Vivió allí desde muy pequeño con su madre, la pintora Judith Gutiérrez. “En esos pueblos siempre había esto de los desaparecidos, gente que ha sido asesinada en una calle, en una esquina y que por ahí anda en pena. Toda esa parte de la existencia está entre la gente y, de repente, te mandan señales”, dice Donoso.

A los 8 años el autor se trasladó a la capital mexicana para estudiar la escuela y vivir con su padre, Miguel Donoso Pareja, de quien fue su tallerista desde que este inició con aquella labor.

Primero fue oyente y, luego, formó parte del resto de alumnos.

Su casa, al sur de Guayaquil, es una herencia de su madre y de la época en que el sur fue una hacienda.

Esta construcción de maderas de guasango fue una de las residencias de los trabajadores que cuidaban la propiedad y como ellas hay pocas en el sector.

Entre los tantos cuadros de su madre, colgados en las paredes de su hogar, Donoso conoció la naturaleza y las distintas fases del ser humano, capaz de habitar en lugares paradisíacos e inexistentes. Cuando el escritor dejó México por Brasil se encontró con la abundancia de la naturaleza, con la cual trabajó su madre en la pintura. 

Para Donoso, en el trabajo de este libro, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, debía concentrarse en que el lector pueda seguir con facilidad la historia. En la novela, dice el escritor guayaquileño Jorge Velasco Mackenzie, Donoso “irrumpe en la tradición oral y la recupera en los personajes, todos avanzando en una especie de cuerda floja, intercambiándose sentidos adversos y perversos. Su lenguaje se espesa, se aligera, llevando al lector a seguirlo hasta el final”. (I)

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