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Antonio Parra Velasco, el forjador del credo bolivariano

Antonio Parra Velasco, el forjador del credo bolivariano
12 de febrero de 2014 - 00:00

Ecuador tuvo en Antonio Parra Velasco a uno de sus más destacados internacionalistas, pero más aún a uno de los más firmes expositores del ideario bolivariano y antiimperialista del siglo XX. Había nacido en Guayaquil, en diciembre de 1900, y era hijo de una riobambeña y de un rico inmigrante uruguayo que había hecho su fortuna como ganadero y propietario de barcos fluviales, cines y aserraderos.

Como era común entre los niños de la alta sociedad, Antonio Parra recibió su educación básica en su domicilio, prosiguiendo luego sus estudios con los salesianos y, a partir de los 9 años, como interno en un colegio de Quito. Fallecido su padre en 1911, al siguiente año viajó a París con su madre y sus hermanos graduándose finalmente en 1918. Optó por retornar a Ecuador pero su bachillerato fue rechazado al no haber un convenio de revalidación de títulos con Francia. Ante esta compleja situación, viajó a París para estudiar en la prestigiosa Escuela de Estudios Superiores de Comercio. En 1922, sin embargo, volvió a Guayaquil por las dificultades económicas que en aquellos años se vivían en Europa.

Incorporado casi desde un inicio a los círculos intelectuales y artísticos guayaquileños, Antonio Parra comenzó una fructífera colaboración con diarios y revistas locales, como El Guante, El Intransigente y La Nación. Poco después ingresó como profesor de inglés y de francés en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, al mismo tiempo que iniciaba la carrera de derecho. En 1925, junto con algunos amigos de la universidad, como Colón Serrano Murillo, Teodoro Alvarado Olea y Aurora Estrada y Ayala, creó el semanario La Idea, que cesó a los seis meses por diversas complicaciones económicas.

Los cambios generados por la Revolución Juliana del 9 de julio de 1925 abrieron a Antonio Parra las puertas de la política: el nuevo alcalde de Guayaquil, el médico laboratorista José Darío Moral, lo seleccionó para formar parte del Concejo de Guayaquil y una vez dentro fue elegido vicepresidente de este cuerpo. Durante su mandato se suscribió el contrato con la recién fundada Empresa Eléctrica del Ecuador Inc. para abastecer de luz a la ciudad. La firma del acuerdo, sin embargo, no contó con su voto favorable ya que, según su parecer, “donde existe un dólar norteamericano está la Flota para cuidarlo”.

Algunos meses más tarde fue secretario de J. D. Moral, una vez que este fue designado gobernador del Guayas y ya en 1926 cumplió su primera labor diplomática al ser enviado como delegado al Primer Congreso Panamericano de Periodismo celebrado en Washington.

1930 significaría un antes y un después para Antonio: no solo porque en dicho año finalmente se recibiría de abogado sino también porque por primera vez presentaría, de manera orgánica y sistemática, lo que luego se conocería como Doctrina Parra, sintetizada en su tesis “La doctrina de la solidaridad obligada de los Estados Hispanoamericanos”. El arielismo y el bolivarianismo presentes en sus pensamientos desde sus años en Francia fueron así llevados al plano internacional, destacando la relevancia de Ecuador en todo este propósito.

En 1931, en medio de la profunda crisis en la que se produjo el traspaso de la presidencia entre Isidro Ayora y el coronel Luis Larrea Alba, Antonio Parra fue nombrado subsecretario en el estratégico Ministerio de Gobierno. Pero la presión popular finalmente desencadenó el fin de este gobierno, tras solo 50 días de mandato. Por esta misma época, contraería matrimonio con Maura Gil Arízaga, con quien tendría una numerosa descendencia.

En 1933 fue designado delegado de Ecuador a la VII Conferencia Internacional Americana, celebrada en Montevideo, ocasión en la que expresó públicamente las ideas principales de la Doctrina Parra. Fueron dos las ideas centrales expuestas: que toda intervención externa no es otra cosa que una guerra disfrazada en la que un país poderoso intenta imponer su voluntad a otro más débil, y la necesidad por establecer un sistema que tuviera en cuenta las diferencias entre las naciones de la región en la aplicación de un sistema de preferencias comerciales recíprocas antes que en la fijación de un falso principio de igualdad en el tratamiento comercial, beneficioso únicamente para los Estados Unidos. Las dos tesis de Parra generaron un efecto muy positivo tanto en la representación argentina como en la chilena, incidiendo además en estudios posteriores del Derecho Internacional Americano.

El renombre de Antonio Parra pronto traspasó las fronteras ecuatorianas: en este impulso lo ayudaba su profesión de abogado, su independencia partidaria aunque ligada a los amplios ideales de la izquierda, su amplia y constante labor periodística y la cátedra de Derecho Internacional impartida en la Universidad de Guayaquil. No resultó extraño que en 1934, el presidente electo José M. Velasco Ibarra le ofreciera el Ministerio de Educación y se lo llevara de gira por Colombia, Perú, Bolivia y Chile, donde expuso con éxito los fundamentos de su teoría bolivariana. Con todo, su labor como ministro se vería dificultada frente a una serie de discrepancias con Velasco Ibarra, motivando su renuncia al cargo, si bien volvería a ocuparlo poco tiempo después durante el efímero gobierno de su sucesor, Antonio Pons Campusano.

La firma del Protocolo de Río de Janeiro en 1942, por el que Ecuador finalmente reconocía el territorio perdido en la guerra del anterior año contra Perú generó airadas protestas por parte de Parra, por lo que el gobierno de Arroyo del Río no tardó en identificarlo como un enemigo político. Recluido en el Panóptico de Quito fue luego desterrado a Colombia, donde tanto él como su familia en Guayaquil vivieron en precarias condiciones económicas.

De regreso al país tuvo una intensa participación en el movimiento revolucionario La Gloriosa. No solo fue propuesto como candidato al rectorado de la Universidad de Guayaquil sino que además fue electo representante en la Asamblea Nacional Constituyente. Desde allí se opuso a la permanencia de la base naval estadounidense en las islas Galápagos y a la declaración de reos de alta traición a la Patria contra los gobernantes ecuatorianos que en 1942 habían suscrito el Protocolo de Río de Janeiro, bajo la consideración de que este había sido impuesto a la fuerza. Mientras tanto, y entre sus principales aportaciones a la nueva Constitución se destacó el artículo séptimo, de su autoría, en el que se establece la posibilidad de que, de forma libre y soberana, Ecuador firme con los distintos Estados de la región aquellos tratados que tengan por objeto la defensa de sus comunes intereses territoriales, económicos y culturales, así como también comenzar a plantear la idea de una Ciudadanía Iberoamericana como fundamento de la integración de la región.

A partir de 1946, Antonio Parra cumpliría funciones en el exterior, ahora de ministro Plenipotenciario en Francia, asistiendo también a las sesiones de las Naciones Unidas en Nueva York. Sin embargo, tendría un desafío mayor en 1947 cuando fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Carlos Arosemena Tola: uno de sus principales emprendimientos, una vez concluida su nueva gira latinoamericana, fue la convocatoria a la Conferencia Económica Grancolombiana, en 1948, si bien solo Ecuador y Colombia suscribieron la llamada Carta de Quito considerada como el primer paso en materia de integración aduanera entre los países de la región andina. En este último año participó también de la IX Conferencia Panamericana realizada en Bogotá y en la que se estableció la Organización de Estados Americanos: en aquella instancia la Enmienda Parra resultó clave en la elaboración del Tratado Interamericano de Soluciones Pacíficas. Asimismo, intervino en el Comité de Descolonización de la ONU, señalando a Puerto Rico como un simple territorio colonial antes que como un territorio libre asociado, según el estatus jurídico aplicado desde los EE.UU. Finalmente, en 1952 fue designado embajador en Venezuela, fortaleciendo más su notable espíritu bolivariano.

En 1957, y por escaso margen, triunfó en las elecciones para el rectorado de la Universidad de Guayaquil, casi al mismo tiempo era nombrado presidente de la Sociedad Bolivariana. Dos años más tarde fue designado miembro permanente de Arbitraje en la Corte Internacional de La Haya, cargo que mantuvo hasta su fallecimiento.

“Parra Carrión revolución” fue el grito de campaña de aquellas fuerzas de izquierda y nacionalistas que como el Partido Comunista, el Partido Socialista y Concentración de Fuerzas Populares, postularon al experimentado internacionalista, en binomio con Benjamín Carrión, para las elecciones presidenciales de 1960. Pese a los apoyos obtenidos, solo conquistaron el 6% de los votos frente a un nuevo triunfo electoral de Velasco Ibarra.

Las pugnas y conflictos políticos, sin embargo, tendieron a incentivarse, provocando la caída del caudillo en 1961 y en 1963, la de su vice, Carlos J. Arosemena Monroy. Acusado de comunista, en ese mismo año, también Antonio Parra debió resignar el rectorado de la Universidad de Guayaquil. Incluso en 1966, su nombre fue vetado para ocupar la Cancillería debido a sus posturas “antiyanquis”.

Su vejez fue plena en reconocimientos y homenajes, empezando por el Premio Nacional Eugenio Espejo, obtenido en 1987, y por el nombramiento como Hijo Predilecto de la Patria, conferido por el Congreso Nacional en 1991. Sus activos días finalizarían en 1994, a los 94 años, como consecuencia de una severa complicación pulmonar.

La aportación de Antonio Parra Velasco resultó terminante en la denuncia del imperialismo y en todo aquel intento por llevar a Ecuador y a la región por la senda del colonialismo. Por otra parte, su doctrina es clara también cuando se analizan las experiencias de la Unasur y de la Celac, verdaderos hitos en el proceso creciente de hermanamiento continental, que tienen en Ecuador a un protagonista singular. Y el “Himno Nacional Hispanoamericano”, compuesto por este diplomático en sus tiempos de juventud, representa la máxima expresión de una labor que desde la teoría y la política no dejó de bregar por la defensa de la soberanía ecuatoriana y por la unidad latinoamericana.

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