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La naturaleza y lo místico chocan sutiles en Uriel

La naturaleza y lo místico chocan sutiles en Uriel
26 de diciembre de 2013 - 00:00

La ‘brisa’ de un jaguar reposa dentro de una pequeña pieza de mármol. Céfiro es el nombre de esta obra, que actualmente se exhibe como parte de la exposición Uriel, del artista milagreño Óscar Santillán, en su breve regreso a Ecuador luego de un periodo de 9 meses en Holanda.

Céfiro, explica Santillán, es una palabra poco usada que quiere decir ‘brisa suave’, del mismo modo en que el dios griego del mismo nombre es conocido como el más suave de las divinidades de los vientos.

La pequeña pieza contiene el aire del espacio por el que se desplazó un jaguar -obtenido con una aspiradora-, para encerrar su efímera presencia en mármol, material que históricamente ha sido utilizado en el arte, sobre todo en la escultura, por su duración y resistencia.

Santillán, que en marzo pasado ingresó  como investigador a la residencia Jan Van Eyck en Maastricht, Holanda, dice que Céfiro crea un “choque sutil entre un material duro y tan eterno con algo tan efímero como la brisa de un animal”.

Es que a la muestra la mueven dos temas fundamentales, dice Santillán: “Las referencias místicas como que afirman que algo que no existe como un hecho puede ser experimentado y la naturaleza, que es tan concreta y palpable”.

“Lo transgrede y también dialogan”, repite Santillán: los dibujos dependen de las líneas del mármol.Y obras que buscan reflejar esa paradoja son las que componen la muestra, bautizada Uriel, como uno de los siete arcángeles.

Uriel es el ángel de la luz, y dice Santillán que “en la tradición apócrifa cristiana, según quién la cuente, aparece del lado del bien o del mal. Es muy ambiguo”, dice el artista, que ha producido desde Maastricht todas las obras  de la muestra, excepto Pulverem Aurum.

La obra, una fotografía de mucha producción que muestra un bosque a través de un espejo embadurnado de miel, leche y polvo de oro, materiales que intervienen la imagen del bosque sin ningún tipo de retoque, fue tomada -junto a otros cientos de imágenes- en 2012, en un bosque de Vermont, donde Santillán participaba en otra residencia.

“Hice muchos experimentos y tomé cientos de fotografías en las semanas que estuve allí. Y la verdad no me había dado cuenta de que había una que tenía algo que me llamaba la atención realmente”, dice y explica que con esa obra se volvió un espectador de la forma en que produce sus obras. De esas imágenes de las que finalmente salió Pulverem Aurum “hay una serie de errores y encuentros fortuitos que dicen mucho sobre mi proceso”, dice Santillán. “Como un científico loco que combina cosas sin saber qué sucederá, pero algo sucede”.

Apenas entrar a la exposición, un dibujo recibe al espectador. Se llama Uriel,tal como la muestra, y como otra de las obras, un video de 7 minutos en el que aparecen miembros de la Asociación Silueta X.

La obra pertenece a una serie de dibujos de grafito sobre plataformas de mármol (más atrás hay otros 5), que son dos materiales que durante siglos han sido ampliamente utilizados en el arte, y que ahora el artista pone en diálogo.

“Es muy curioso que no hayan convivido, que no hayan estado juntos en una misma cosa”, dice Santillán, que aprovechando el ‘dibujo’ natural del mármol, una serie de vetas y líneas sugestivas de las que se sirve el artista para, modificándolas con grafito, crear otras formas como el encuentro de dos corrientes de agua, el paisaje de un lago, un pie o unas manos que se tocan.  

De ese modo, y al igual que en Céfiro,Santillán vuelve a apuntar hacia la paradoja: otra vez el mármol, objeto eterno, convive con el grafito, que no lo es tanto y cuyo rastro es fácil de borrar. Pero en este caso, el material más débil -por decirlo de alguna manera- acaba transgrediendo al que, por siglos, ha sido preferido en la escultura por la noción de permanencia que produce. “Lo transgrede y al mismo tiempo dialogan”, repite Santillán, que recalca que las imágenes se crean a partir de las líneas naturales que se imprimen en el mármol.

El ganador de uno de los dos primeros lugares de la primera edición del Premio Batán (realizada en agosto pasado) habla también de las obras que, a nivel de producción, “han sido las dos más complejas que he hecho este año”. Ambas se exhiben ahora en DPM como parte de la exposición Uriel.   

Céfiro guarda “la brisa de un jaguar” en una especie de dodecaedro de mármol.

Una de esas es Un himno, video de 12 minutos, dividido en dos partes: en la primera, una mujer hace ejercicios mientras sus movimientos son musicalizados con una batería. En la segunda parte, la misma mujer se para, simplemente a sudar, y la batería cambia su función: suena de manera distinta cada vez que una gota de sudor toca el piso. “Esta pieza tiene que ver con un fenómeno de la tradición cristiana: la transfiguración del cuerpo en otro material. En este caso la del cuerpo de una mujer en sonido”, dice Santillán, que aclara que el fenómeno al que se refiere es la transformación del cuerpo de Cristo en pan y vino.

Otra paradoja: el artista habla de lo místico a través de la sudoración, un proceso que está totalmente entendido y explicado por la ciencia.

Y talvez la obra más espectacular de muestra es The wandering kingdoms (Los reinos errantes), una pieza que se compone de tres partes que interpelan a los sentidos.

La manera en que se expone The wandering kingdomsno es su forma original: es el registro de un performance realizado en septiembre en un parque abandonado de Holanda.

En la obra, Santillán alude a la forma en que los ornitólogos tenían que registrar el canto de los pájaros en el siglo XIX e inicios del XX, cuando no existía la tecnología necesaria para grabar sonidos. Quienes se dedicaban al estudio de las aves “debían aprender a tomar notas musicales”, cuenta el artista.

Santillán se interesó por recrear los sonidos de aves que antes eran comunes, pero que ahora se hayan extinguido o migrado.

Con la ayuda de un conservatorio de Maastricht, el performance consistió en esconder a los músicos entre los árboles, y llevar visitantes que, sin ser advertidos, descubrían poco a poco que la música se ejecutaba en vivo.

Y esa música era una reproducción, a partir de pentagramas, del canto de varias especies de aves, en una pieza musical que fue compuesta solo en parte, para que en otros momentos, los músicos se comportaran como las aves: respondiéndose entre unos y otros.

La muestra está abierta al público hasta mañana en la galería DPM (Urdesa, Circunvalación Sur 111).

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