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“Es que uno siempre tiene orgullo de sus hijos, pero a veces...”

“Es que uno siempre tiene orgullo de sus hijos, pero a veces...”
17 de abril de 2012 - 00:00

En un suelto diálogo con Daniel Viglione, de Ñ, Eduardo Galeano desnudó su trabajo más reciente “Los hijos de los días”, un libro-calendario que se escapa de las convenciones literarias y compone un caleidoscopio histórico que va desde Adán y Eva a las islas Malvinas, pasando por las pesadillas de Macarena Gelman a los sueños de Rita Levi Montalcini. A sus 71 años remarcó sus obsesiones, poniéndole nombre propio a esos personajes que para él son imprescindibles protagonistas de la historia.

¿Qué lo tentó a regresar a la Feria del Libro de Buenos Aires?

Creo que esto de no ir hace mucho tiempo, porque mi  comunicación con los lectores argentinos y con toda la gente siempre ha sido excelente y muy intensa, muy verdadera. El año pasado, por ejemplo, estuve en Tucumán, Jujuy y otros lugares y fue realmente increíble, porque tuve la sensación de que las palabras pueden tener dedos, es decir, que tocan a quien las lee y que esa relación casi física de la palabra con el lector vibra con mucha intensidad.

¿Por qué?

Al fin y al cabo por una experiencia que para mí fue formidable: la revista Crisis, que fundé y dirigí casi hasta el final.

¿Qué compañero de aquel equipo recuerda ahora?

Haroldo Conti, mi hermano del alma, con quien compartí un barquito en el Tigre. De hecho tenía la llave de su casa en la isla. A Conti que, como se sabe ahora, fue secuestrado, torturado y asesinado por la dictadura. Lo deshicieron en la tortura y después lo arrojaron al agua. Conti, que había sido el gran escritor del río, terminó comido por los tiburones.

¿Y Osvaldo Soriano?... hace muy poco se cumplieron los 15 años de su muerte y  fueron amigos...

Sí, un amigo entrañable. El Gordo era una maravilla. Nos entendíamos riendo. Soriano, además de ser un espléndido escritor dotado con una gran capacidad de comunicación, algo que para algunos académicos resultaba pecaminoso, era un tipo muy querido y querible.

¿Es cierto que nunca lo pudo llevar a los partidos que Crisis hacía contra otros escritores?

El Gordo vivía de noche y escribía de noche. A las diez de la mañana, que era cuando nos juntábamos, todos los miércoles, en una canchas de Palermo, el Gordo se iba a dormir. Para él esa era una hora pornográfica. Fue una pena que el Gordo no pudiera integrarse a esas parrandas. Vivir de noche le servía para que nadie lo viera jugar.

¿Por qué “Los hijos de los días”, su libro más reciente, tiene la forma de un calendario?

El título tiene que ver con El Génesis según los mayas, quienes dicen que el tiempo funda el espacio. En este sentido los mayas no se equivocaron. Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos, las que imaginamos, las que nos esperan. A partir de creer en esto surge luego el formato, la estructura libro-calendario, que en parte sí me encadenó a una forma pero no al ángulo que podía darle a cada historia. En Los hijos de los días hay una estructura fija pero que varía según el foco de cada historia. Cuando tuve claro que era una idea que servía y que podía convertirse en un libro, las historias empezaron a llegar solas, tocándome la espalda para que las contara.

El racismo, el machismo, el militarismo... hace tiempo que estos temas se han vuelto obsesivos en su obra y en “Los hijos de los días” no faltan.

Sí, son mis obsesiones, porque el machismo, el racismo, el elitismo, el militarismo y otros ismos nos han ido dejando ciegos de nosotros mismos. Ignoramos la plenitud de la belleza que nos rodea. Tenemos que recuperar el arcoiris terrestre, que para mí es lo más importante, porque tiene muchos más fulgores y colores que el arcoíris celeste. El  terrestre somos los humanitos, un arcoíris mutilado por  el machismo, el elitismo o el militarismo, que hoy por hoy se refleja en un hecho muy concreto: el mundo está destinando tres millones de dólares, por minuto, a la industria militar, que es el nombre artístico de la industria de la muerte, mientras que al mismo tiempo, por minuto, mueren de hambre o de alguna enfermedad curable quince niños.

El año pasado se cumplieron 40 años de la edición de “Las venas abiertas de América Latina”...

Es que uno siempre tiene orgullo de sus hijos, pero a veces los querés agarrar del cuello. Es decir, para mí es una satisfacción enorme haber escrito un libro que sobrevivió a más de una generación y que sigue estando vigente, pero a la vez me genera una enorme tristeza porque el mundo no ha cambiado en nada. Para mí sería mejor que ese libro estuviera en un museo de arqueología. La gente, no toda pero mucha, me identifica con ese libro y eso es como si no hubiese escrito nada más desde 1970.

Y no es así, después de eso escribí y cambié mucho. Pero bueno, es un libro que corrió con distintas suertes: perdió el concurso de Casa de las Américas, la primera edición nadie la compraba y así anduvo más de un año. Todo hasta que la dictadura militar me hizo el inmenso favor de prohibirlo, y no hay mejor publicidad que la prohibición. Otra de las paradojas que tuvo fue que en Uruguay entró libremente en las prisiones militares durante los primeros seis meses de la dictadura. Los censores no entendían un pito y creyeron que era un tratado de anatomía, y como los libros de medicina no estaban prohibidos, entró. Eso fue hasta que alguno se despabiló y dijo que había que quemarlo.

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