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Ernesto Karolys: la búsqueda musical de un artista itinerante

Karolys actualmente vive en Nueva York, donde estudió jazz bajo la batuta de John Patitucci.
Karolys actualmente vive en Nueva York, donde estudió jazz bajo la batuta de John Patitucci.
Foto: Daniel Molineros / EL TELÉGRAFO
20 de enero de 2016 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez

Ernesto Karolys es un artista de oído atento, un individuo sintonizado con lo que sucede en el medio, su medio, sin prejuicios de lo que a diario se produce musicalmente. Es de los sujetos que se sientan, sobre todo, a escuchar y entender: celebra la maestría de jazzistas como John Coltrane o Miles Davis y reconoce el trabajo que se gesta desde el pop, con Beyoncé, por ejemplo.

Karolys o Ruso, como lo conocen  (nació en Moscú en 1980, pero creció en Quito y ahora vive en Nueva York), tocaba la batería desde los 13 años. Tenía una banda con unos amigos (Agustín Báez y Lautaro Ojeda) de su mismo colegio, con quienes participó en el Festival Intercolegial de la Canción. Pasaron la primera vuelta con un gran puntaje. Pero en la segunda, sin que se sorprendieran, los descalificaron: uno de sus miembros, Lautaro, era de otro colegio.

El músico Carlos Arboleda fue uno de los jueces del concurso y el trío era fanático de su ya desaparecida e icónica banda Karma. Arboleda, luego de 20 años, recuerda la temprana lucidez de Karolys: “Desde que lo vi por primera vez tocar y al conocerlo luego, mi opinión ha sido que es un gran instrumentista, un baterista óptimo, excepcional, muy disciplinado y a la vez creativo, que toca siempre escuchando la música, de la que tiene una visión amplia, lo que se refleja además en sus composiciones”. Incluso, Arboleda quiso que formen una banda de acompañamiento para Karma, propuesta que solo quedó  en ensayos.

Karolys no sabe por qué empezó con la batería. “Era como que estaba ahí y solo fue”, dice, descomplicado, asumiendo que la vida da sugerencias que uno, acaso místicamente, rechaza o acepta, y sigue con esa decisión, de frente. “No sé, simplemente pasó. Era supermetalero de guambra; escuchaba Metallica, Megadeth, Sepultura, Pantera, esas bandas. Y también a Dream Theater, que era todo lo progresivo y técnico de ese entonces”.

Luego de graduarse, Karolys sabía que debía seguir con la música, seguir con lo que había sospechado que era su futuro durante el colegio, pero su familia no lo apoyó, se lo prohibieron, le dijeron que no, así, en seco. Él estudió, por un año, gastronomía, después se cambió a marketing y, en ese trayecto, empezó nuevamente a tocar la batería con sus amigos y habló con su mamá, quien esta vez accedió a que él estudiara música, sin que el resto de su familia lo supiera.

Al retomar la ruta que no debió descontinuar, le empezó a ir bien:  de vez en cuando salía en la televisión, y viajaba a Alemania, Estados Unidos y Cuba junto a la banda Cruks en Karnak, con la cual tocó desde 2002 hasta 2007.  Con ellos grabó su “primer disco en serio”,  en condiciones de producción altas, el 13 Gracias, que era el que le seguía a Las desventuras de Cruks. Karolys entró al grupo justo en ese período de transición y tuvo la experiencia de toda la parafernalia que significaba ser estrella en el medio nacional, con bandas como Verde 70 y Tercer Mundo.

Una vez disuelta Cruks, Karolys partió hacia Nueva York, para hacer una maestría en jazz y, coincidiendo con la  experiencia cliché del protagonista de la película Whiplash, se dio contra el piso. “Valí...”, admite  con cierto malestar, reconociendo que aún carga las inseguridades que  heredó de esa época.

Mientras él era de la generación que escuchaba a Nirvana, sus compañeros de maestría eran expertos en jazz, solo jazz: lo estudiaban y desmenuzaban día y noche, bajo la dirección de John Patitucci.

Lo que le siguió, hasta ahora, es la confirmación  de que su carrera musical no está definida, es todavía una marea de caminos por descubrir, rechazar, asumir: en 2010 acabó el máster y empezó a tocar  con la banda Penguin Prison, que ha girado con grupos como GirlTalk, Miike Snow, Neon Trees y Jamiroquai; en 2011 conoció a Henry Hirsch, productor de Lenny Kravitz, Madonna y Vanessa Paradis, y trabajó como baterista de sesión; también se unió a la agrupación Little Daylight, con la que debutó en el programa Late Night with Seth Meyers; y fue parte, en Ecuador, de Biorn Borg,  una banda que toma el nombre del seis veces campeón del  Roland Garros.

Toño Cepeda, uno de los fundadores de Biorn Borg y quien invitó a Karolys a ser parte del grupo, recuerda que el músico siempre fue muy exigente consigo mismo.

“Desde chamo se encerraba todos los días a estudiar. Como baterista, como productor ha ido desarrollando nuevas necesidades expresivas y ha sido fiel a su personalidad musical. Me pasó los demos de su nuevo proyecto hace unas semanas, me enganchó bastante”. Y, aun así, con ese bagaje, Karolys, una vez más descomplicado, dice: “Recién me estoy dando cuenta de lo que quiero hacer”, al referirse a su actual tarea como productor de Da Pawn.

En medio de sus viajes intermitentes a Ecuador, a Karolys, en la última temporada, le entraron las ganas de “tocar algo” en el país, sin tener, una vez más, la claridad de lo que haría.

Antes se había presentado improvisadamente en La Libre, junto a Andrés Noboa y Christian Dreyer, pero esta vez, para el show que dará hoy y mañana en El Pobre Diablo, desde las 20:00, se sentó rigurosamente por tres meses a componer Hipsteria.

“Es un trabajo en el que logro sintetizar las influencias que siempre me han acompañado, gustado, un poco de electrónica, jazz y rock. En un inicio pensé en llamar a este proyecto Hipster Jazz, pero mi novia, quien trabajó mejor la idea, además de decirme que era cholísimo ese nombre, me propuso Hipsteria”, dice riendo, sin complicarse, listo para el espectáculo que sintetizará su experiencia vital. (I)

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