Enforcer y Riot V dejaron marcada en bronce su huella por el país

Uno de los asistentes al UIO Metal Fest I llevaba una carga inusual: un platillo de la marca Paiste (2002 Wild Ride), de 22 pulgadas y unas 8 libras de peso que tiene los autógrafos de algunos de sus referentes.

Para el baterista Andree Aguilar cada concierto es un recuerdo grabado en bronce: Alex Holzwarth (de la banda Rhapsody Of Fire) y Stefan Arnold (de los alemanes Grave Digger) habían hecho que su plato sea una pieza de colección pero, esta vez, Aguilar viajó desde Yaruquí para que Frank Gilchriest, baterista de Riot V, le agregara su firma.

El lugar del encuentro no era un sitio habitual para conciertos de heavy metal pero daba la talla por ser un auditorio en buenas condiciones. A unos metros del mercado de Iñaquito se congregaron decenas de rockeros para el festival en que se presentaron, además de los estadounidenses Riot V, los suecos Enforcer y los ecuatorianos Metalquil, Almetal y Soul Steele.

Aguilar estudia diseño gráfico e integra tres grupos de metal (Conjure, Alcoholic Rites y AN) pero ha conservado las firmas intactas: “están en el arco del platillo y también en el reverso del arco para que no se borren si es que llego a pegarles (con las baquetas)”. El músico, de 22 años, es parte de una tradición que tiene que ver más con los aficionados que con los músicos coprotagonistas de esta cultura urbana.

Riot se formó en 1975, en Nueva York, pero su incursión en la música a escala mundial rindió frutos desde la década del 80. Sus ritmos nítidos y agresivos se conjugaron con una estética que superaba a los pioneros británicos del metal en una época que describió John Gallagher, bajista y cantante -de los ingleses Raven-, cuando el escritor suizo Ian Christe lo entrevistó: “La gente se ponía como una moto (...) Después de la función se nos acercaban muchas personas que querían autógrafos (...) Nos fascinaba”.

Un día antes del concierto, en un hotel de La Floresta, los miembros de Riot V habían recibido la visita de un par de seguidoras que viajaron desde Guayaquil para verlos en concierto. Johanna y Lissett Murillo, de 23 años, tenían a cuestas el cansancio del viaje cuando acompañaron a la banda en su visita al Centro Histórico de Quito.

Antes de que el baterista Frank Gilchriest conociera a sus obstinados seguidores -mientras se hospedaba con su banda en un hotel de La Floresta- le dijo a este diario que, a diferencia de la música clásica que forjó las melodías europeas, su tradición musical, que acarrea tantas pasiones en sus escuchas, tiene una raíz en el blues americano y en el rock melódico.

De todas formas, Riot -y los actuales Riot V- comulgaron mejor con sus vecinos Twisted Sister y con grupos británicos como Saxon que con la estética californiana de Van Halen, por ejemplo.

Los orígenes se pierden en el tiempo, pero Stefan Van Zijl le da un matiz al transcurso de las décadas. El holandés, de 40 años -quien dejó  Haarlem para crear una academia de inglés en Quito- vio a Riot en la década del 90, cuando su fundador, el guitarrista Mark Reale, estaba vivo y cree que los actuales miembros mantienen encendido su legado.

Al final del show -que incluyó clásicos como ‘Narita’, ‘Road Racin’, ‘Bloodstreets’ y ‘Thundersteele’-, Aguilar se acercó al escenario en busca de un recuerdo que quizá no hubiera sorprendido tanto a Gilchriest como la amabilidad de la gente que asistió. El músico estadounidense conocía poco del país y se fue con la idea de volver, pero, por cosas del destino, no se cruzó con su seguidor, quien, al tener que retirarse a su trabajo, le encargó a David Tamayo -guitarrista de la banda Conjure- el plato con las firmas de sus héroes, a las que se sumó la marca de Riot V que Frank estampó unas horas después en un bar. (I)