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De cuando se le hace visita a la muerte

De cuando se le hace visita a la muerte
01 de noviembre de 2012 - 00:00

“Dnus Custodit Omnia Ossa Edrum” o “Dios proteja los huesos de los justos” es la frase que aparece en la parte superior de un “pequeño” cementerio que se erige en la Capilla de las Almas, en la iglesia de la Catedral, centro de Quito. En ella, según contó el guía, se encuentran los restos del ex presidente Ignacio de Veintimilla (1878-1883), así como del pintor Rafael Salas.

El relato del cementerio, en el que están más de 100 nichos, es uno de los insumos que forman parte del recorrido “3” del mismo número de rutas que organizó La Red de Museos del Centro Histórico, Quito Turismo y el Sistema Metropolitano de Museos y Centros Culturales por el día de difuntos.

El proyecto lleva por nombre “Difuntos, el poder del adiós” y consiste en identificar los rituales funerarios que se dieron en la época ancestral, de la colonia y la moderna; todas ellas evocando el simbolismo que envuelve a la muerte. La ruta 3 comprende la visita a la Iglesia de San Agustín, Catedral y Centro Cultural Metropolitano.

La primera parada es el cuadro de San Nicolás, en el que se divisa a un sacerdote muriendo y sobre él dos imágenes: el purgatorio y el cielo. En la pieza que mide aproximadamente 2,20 m de alto y 2,30 m de ancho está también la imagen del limbo, en donde supuestamente las almas esperaban su destino. “El limbo está en el cuadro porque data del siglo XVII”, comentó María J. Galarza, guía del museo, a la par que recordó que la Iglesia  retiró ese estado del alma de los libros.

La segunda visita fue al cuadro de Santa Catalina Auxiliadora, una noble que se dedicó a envangelizar. La guía con su voz enérgica, casi enojona, preguntó a su público ¿cómo les gustaría morir? La diversidad de respuestas aparecieron. “Como un roble”, “dormir y ya no despertar”, se escuchó. Galarza meditó y dijo: “al menos hemos pensando cómo nos gustaría morir, pero a veces no tenemos oportunidad, más aún cuando eres un mártir”. Así empezó el relato de Catalina. A la mujer,  después de haberle pasado una rueda con  ganchos sobre el cuerpo, le cercenaron sus pechos, pero en lugar de brotar sangre, según la historia religiosa, salió leche. A Catalina se la conoce como Patrona de las Nodrizas.

De los mártires se pasa a los funerales religiosos y civiles, los que se hacían en las iglesias que tenían que permanecer abiertas incluso durante las noches. Los cuerpos no estaban en cajas o en un ataúd, sino expuestos en una mesa. A su alrededor se encontraban cuatro “tenebrarios”, que son piezas muy parecidas a las lámparas que actualmente portan las funerarias. La diferencia radica en la construcción simbólica. El tenebrario está elaborado de madera y mide cerca de 2 metros. En la parte superior está un cerillo que ilumina la oscura iglesia, así como los cráneos de los que está compuesta la pieza. Son alrededor de cinco calaveras  mezcladas con los  gorros que usan los religiosos. La guía contó que se usó el objeto para sacar la idea que tenía en ese entonces la ciudadanía de que los sacerdotes eran inmortales.

Después de haber recorrido la muerte y funeral de los mártires religiosos, uno pasa a los mártires de la lucha de libertad ideológica política. Es así que se dirige a paso ligero a la catacumba de San Agustín, que no pasa de los 11 metros. La misma está ubicada sobre la Sala Capitular, donde se firmó el acta de independencia del país. Sin duda llena de simbolismo. La particularidad de esta cripta es que en ella reposan los restos de algunos de los próceres que fueron brutalmente asesinados el 2 de agosto de 1809.

“A la memoria de los próceres del 10 de agosto de 1809”, reza la lápida. Los cuerpos inertes de los revolucionarios  fueron arrastrados con sus rostros al piso. El daño fue tal que hizo imposible reconocerlos, por lo que se optó por amontonarlos y colocar una capa de cal con lo que terminó parte de la revolución. “No se olviden esta parte de la historia del 2 de agosto y lo que significa la muerte, ese simbolismo”, dijo Mabel Espinoza, guía del Centro Cultural Metropolitano, una vez que concluía el recorrido que dirige al público hasta ese lugar, en donde se hace una representación del asesinato de los revolucionarios.

Antes Espinoza explicó cómo se realizaban los entierros en la época prehispánica. Así contó que los indígenas envolvían los cuerpos en una estera junto a sus herramientas de trabajo. En ese tiempo se pensaba que la persona  retornaba a la vida y por lo tanto tenía que desempeñar el mismo oficio de su vida pasada. También se lo enterraba con maíz, “ese regalo del sol”, comentó.

Mabel relató que para los años 30 y 40 en los velorios había una marcada diferencia entre los roles que cumplían hombres y mujeres. Así, a las damas las ubicaban en un extremo para el canto y rezo, mientras que los hombres custodiaban el féretro.

Otro de los elementos que aparecen para esta época son las fotografías post mórtem. Hubo una época en Quito cuando se guardaba como una reliquia la imagen de aquellas personas que uno ama y que partieron. “La temática mortuoria es muy importante, sirvió para evangelizar a través de la imagen. Además habla del comportamiento social, hay que comprender y reflexionar, porque según nuestras tradiciones, habla nuestra cultura”, precisó  Espinoza.

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