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Dos discípulos de Nadia Boulanger se reencuentran

Philip Glass respondió las preguntas del público acompañado del director titular de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y su traductor.
Philip Glass respondió las preguntas del público acompañado del director titular de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y su traductor.
Foto: Karly Torres / EL TELÉGRAFO
16 de diciembre de 2017 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Philip Glass baja del escenario, esquiva las fotos, los pedidos de autógrafo que le hacen en cada paso que da. “Maestro, ¿va a dar entrevistas?”, le pregunta su traductor. Que no, responde con la cabeza y el dedo índice. “I have to do this”, dice mientras atraviesa con pequeños pasos a las personas que lo detienen hacia su propósito.

Llega. Se para frente al maestro Gerardo Guevara. Ambos sonríen. La distancia que existe entre el compositor ecuatoriano sentado en silla de ruedas y el metro ochenta de Glass se rompe cuando el estadounidense, después de más de una hora y media de hablar de música, curva hacia adelante su espalda y le toma el brazo derecho a Guevara.

“¿Cómo te va con la música?”, le pregunta Glass a Guevara. Él solo sonríe y le dice “mucho gusto”. Su esposa, María, señala que el maestro quería oír la charla porque después de todo estuvieron bajo la tutela de la francesa Nadia Boulanger, en los 60, a pesar de que nunca se conocieron. “Pero no pudieron hablar”, indica María. “Gerardo, de repente, se pone mudo y como no escucha bien, él cree que los otros tampoco lo hacen. Escucha cuando quiere y tiende a no hablar mucho”, acota María.

→Guevara y Glass compartieron la enseñanza de la maestra Nadia Boulanger en los años sesenta, pero no fue hasta ahora que ambos se conocieron. Foto: Jessica Zambrano Alvarado / EL TELÉGRAFO

 Ambos estuvieron en los 60, en Francia. Vivieron ese tiempo convulsionado del mayo francés. Tuvieron clases individuales con la maestra francesa Nadia Boulanger, quien influyó en el pensamiento musical de grandes autores del siglo XX. Ella, entre otras cosas, fue decisiva en el tango fuera de la tradición de Astor Piazzolla.

Guevara llegó a París becado por la Unesco con la cabeza llena de danzantes, yaravíes y pasillos. “Sea usted mismo y no abandone nunca esta música”, le advirtió a Guevara su maestra.

Cuando Glass llegó a estudiar con Boulanger se dio cuenta de la habilidad que tenía para leer páginas enteras de música de manera rápida. Cuando le presentó sus partituras Boulanger leyó más de 40 páginas hasta que encontró un compás, lo señaló y dijo: “esto fue escrito por un verdadero compositor”.

Glass se quedó tres años con ella, en París hacía ejercicios de armonía y al final de ese tiempo Boulanger se enojaba tanto con el mínimo error. Un día le llevó su trabajo y Boulanger le insistía en que una línea estaba mal. Glass estaba convencido de que no. Hasta que Boulanger tomó un libro de Mozart y le señaló exactamente el mismo error. Después de eso Philip Glass entendió que para salvarse de no dar clases en cualquier instituto francés debía volver a casa. Estaba listo.

Para este compositor la música, uno de los sistemas más sofisticados que han creado los seres humanos, no tiene un origen claro. “Un compositor es aquel que recolecta música”, expresa en un diálogo en el Centro Ecuatoriano Norteamericano, un día antes del estreno de su Sinfonía 8, en Guayaquil.

Para él, el problema es cómo el autor de una pieza musical se deshace de su voz, “es que si nos embarcamos en la música, para entrenar o simplemente por interés y talento, inclusive por obsesión, una vez que entramos a ese mundo realmente estamos dejando lo cotidiano, el mundo diario. Luego llega el momento que tenemos que explicarle a alguien lo que hacemos”, bromea frente al auditorio.

Su conclusión es que, si bien hay muchos libros escritos sobre lo que es la música no cree que tenga mucho valor reiterar en ello. Él no sabe cómo describirlo, por eso, tal vez, nunca ha dado clases, pero eso no lo detiene a la hora de insistir y componer.

Si Guevara y Glass no pudieron intercambiar palabras es, tal vez, porque después de 50 años de haber dejado Francia y dedicarse a buscar los tonos que les interesa del mundo, saben que a veces lo que se dice sobre ello está de más. (I)  

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