Desde hace cinco años la figura de Gloria y Francisco Maldonado, enfundados en ropa deportiva de calentamiento, se volvió familiar de lunes a sábado, a partir de las 06:00, en el barrio El Porvenir (noroccidente de Quito).

El matrimonio regresó al país desde Estados Unidos, donde trabajaron y ahorraron dinero durante 35 años. Jubilados ambos, y con un par de casas renteras como patrimonio, utilizan las primeras horas de claridad para “no enmohecerse”, como dice él.

Su rutina es básicamente la misma cada jornada: un poco de calistenia en el parque y luego una caminata hasta el parque Isidro Ayora, conocido como Inglés por la mayoría de la gente. Allí, reconoce Gloria, además de ejercitar el cuerpo “se entrena la lengua”, pues se reúnen con otros jubilados.

Hace dos años, sin embargo, un hijo no reconocido, aunque muy querido, de la pareja se integró a los paseos matutinos diarios.
“Le decimos ‘Firuláis’ de cariño, pero en realidad se llama Francisco, como yo”, asegura entre risas el esposo.

El can es un perro mestizo (runa, sostiene la pareja) al que conocieron una mañana en el parque Inglés y al que -reconocen- cometieron el error de alimentar porque su figura desvalida y sus ojos grandes de desamparado los conmovieron.

Al cabo de baños, desparasitaciones, visitas al veterinario y muestras de amor mutuo, el animal se ha convertido en otro hijo más; los mayores viven todavía en el país norteamericano.

Aunque, según cálculos del “médico de cabecera” de ‘Firuláis’, el ejemplar tiene entre ocho y 10 años perrunos, soporta la rutina de ejercicios diaria de sus amos-padres con gran energía.

“Como perro de buena familia -dice Gloria- lo llevamos siempre con correa, lo soltamos muy rara vez y siempre tenemos una funda para recoger su ‘popó’”.

La mujer reniega que a diferencia de EE.UU., aquí la mayoría de la gente no haga lo mismo con sus mascotas. (I)