Eloy Cedeño es un manabita alto, zambo y “colorado”-como él mismo se describe-. Tiene miembros nervudos producto de una vida dedicada a los frutos del mar.

En su natal Jaramijó fue pescador. “Empecé a trabajar en la lancha de un vecino a los 9 o 10 años. A mi papá le dio un cólico de repente y se fue al otro mundo sin avisar. Y no quedó de otra”.

Vive 12 años en Quito y vende pescado y mariscos que transporta en un carrito que empuja con la parte trasera de una bicicleta por el noroccidente de la urbe.

Madruga los martes y los jueves a las 03:30. Sale de las piezas que arrienda en el barrio Ruperto Alarcón y se dirige en una camioneta que fleta a un vecino al mercado de San Roque (en el centro).

Eloy tiene sus “huecas” y como es un cliente conocido y cumplidor, incluso le guardan la corvina, la albacora, el dorado y los camarones que comercializa impulsando su carro, a veces con las piernas y a veces con los brazos.

El esfuerzo hace innecesario el uso de más protección que una camiseta, aunque el clima esté muy frío.

La otra tarea que cumple el manabita en San Roque es adquirir hielo en la fábrica que funciona en ese sector quiteño. Tras tomar un desayuno ligero cerca del mercado retorna a su casa y se prepara para la segunda parte de su trabajo.

Coloca el hielo, el pescado y el resto de la mercancía dentro del carro y emprende su camino. Prefiere vender “de abajo para arriba” por lo que inicia su labor en la av. Mariscal Sucre (Occidental).

Alterna sus visitas entre los diferentes barrios de la zona para evitar que los clientes se cansen.

Su grito de “pesca’oooo, pesca’ooo” anuncia su llegada y, por instantes se entremezcla con la música de los camiones de distribución de gas y los anuncios de venta de otros productos.

Negocia hábilmente, aunque no duda en hacer algún descuento, “para ganarse al cliente”. Ya cansado, regresa a casa entre las 15:00 y las 16:00. (I)