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El Telégrafo

Vargas Torres y el Vaticano

21 de marzo de 2013 - 00:00

Mientras el Vaticano, luego de la consabida emisión de humo blanco, consagraba al nuevo Papa, Francisco, de nuestra católica ciudad de Cuenca debía salir humo rojo -rojo de sangre- en recordación de que allí, hace exactamente 126 años, se cometió uno de los más monstruosos crímenes en la historia ecuatoriana: el fusilamiento del coronel Luis Vargas Torres, altísima figura entre la pléyade de héroes y pensadores que entregó a la patria la Revolución Alfarista. Derrotado en Loja al cabo de una episódica victoria guerrillera, conducido a la cola de un caballo hasta Cuenca, sometido a un juicio inicuo y acusaciones donde la baba del odio político y religioso chorreó sobre las leyes y la propia Biblia, el 20 de marzo de 1887 fue fusilado en la Plaza Mayor (hoy Parque Calderón) el egregio patriota esmeraldeño, que contaba 32 años de vida breve, ejemplar y gloriosa; el revolucionario que entregó todos sus bienes y el fruto de sus negocios a la caja de la Revolución, a fin de que Alfaro comprara armas y pertrechos para la guerra necesaria contra el despotismo y el oscurantismo, contra los terroristas y corruptos que tiranizaban  el país.

A la época de su asesinato regía el gobierno de José María Plácido Caamaño, símbolo de la oligarquía asentada en Guayaquil y Quito con la bendición del alto clero, es decir, del Vaticano.

El mismo Caamaño,  dos años antes, había fusilado en similares condiciones al jefe del Partido Liberal Radical, Nicolás Infante, jefe de la legendaria montonera denominada Los Chapulos. Y que siete años después, en 1894, se cubriría de triste fama, como Gobernador de Guayaquil, propiciando el vil negocio que la historia conoce como la Venta de la Bandera.

El clericalismo fanático jamás iba a perdonar al joven que, durante cinco años, perteneció a la Compañía de Jesús en calidad de novicio, para abandonarla y entregarse por entero a la revolución a la que contribuyó con sus ideas,  sus bienes y su vida. Ahora mismo es un ejemplo de ética, moral y valor revolucionarios. En cuanto a su luminoso pensamiento, basta citar una frase de su obra “La Revolución del 15 de noviembre de 1884”, publicada en Lima, Perú, en ese año: “Es imposible que una nación pueda prosperar a la sombra del terror y del fanatismo católico: la experiencia nos lo enseña y viendo estamos que, en el mundo civilizado, son las más atrasadas las naciones donde imperan esos dos resortes del retroceso.

La terrible amalgama de lo humano y lo divino, de lo político y religioso, es la cadena forjada por Plutón en las fraguas del Vaticano”. Consecuente con esos pensamientos, seguro de que el infierno, representado por Plutón, ordenaba entonces la vida, la servidumbre y la tragedia de nuestro pueblo, Vargas Torres se negó ante el obispo León a confesarse. Enfrentó de pie, rechazando la venda ofrecida, al pelotón de asesinos armados por la oligarquía y los jerarcas de la Iglesia.

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