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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Quito, la ciudad y su orden

02 de marzo de 2015 - 00:00

¿Hacia dónde va la capital del Ecuador? ¿Cuál es la lógica de desarrollo que impera en la ciudad? Han pasado ya varios meses, más de los aquellos famosos 100 días que son como una especie de termómetro político y de liderazgo, que el común ciudadano hace respecto de las autoridades electas, la administración técnica, los recursos, las obras y en general la visión que guía al gobierno local. Y las primeras conclusiones que se obtienen es que no existe un claro rumbo de hacia dónde va la ciudad.

El marketing político electoral aún prima como eje administrativo; pareciese que no se alcanza a dimensionar la responsabilidad compleja que significa administrar no solo una ciudad sino la capital de los ecuatorianos. El juego de contradicciones se abrió desde el primer día; se difundió que la oposición sería radical, ideologizada y que pondría en peligro a toda la ciudad. Pero eso no ocurrió. Quienes ganaron la alcaldía no han podido ser claros en lo que quieren para la urbe. Ya no es suficiente seguir ofreciendo bajar impuestos. No es lo mismo reducir el costo de los servicios que abaratar la calidad de los mismos.

Vemos cómo emerge un desorden casi intencionado. El orden post neoliberal alcanzado para dignificar el trabajo y el empleo se va convirtiendo en un regreso del desorden neoliberal: ventas ambulantes; pérdida del espacio público, por ejemplo, cuando se aligeró el control de la zona azul que ahora es blanca. Sin duda se ha cumplido con el objetivo de fortalecer el transporte privado, poco el público y casi nada otros. Basta observar avenidas, calles que son tomadas fácilmente como zonas de parqueo sin que nadie diga ni controle nada.

Hay un orden en ese desorden que hace años hizo que impere un neoliberalismo privatizador. Decenas de calles sin repavimentar; decenas de barrios sin legalizar; programas para los adultos mayores desmantelados, etc. ¿Ahora a quién se culpará? ¿Qué tipo de populismo es este? ¿Es sostenible una ciudad sin visión? ¿Hasta cuándo durarán las campañas de abaratar todo? ¿Acaso una ciudad se la puede administrar como una empresa; vendiendo bienes y servicios a menor precio? ¿Aquel discurso máscara de la suavidad, de la tranquilidad, de la voz tenue, de una falsa diversidad; de cambiar los eslóganes o los colores, bastará para que la ciudad enfrente los próximos retos, como Hábitat III? Quisieron tener el poder administrativo y ahora que lo tienen parece que no saben qué hacer con el mismo. Parece que pensaron que se administra solo con ideología y sin política. Que bastaban los acuerdos de precios y tarifas con grupos corporativos.

La capital no se administra ni con caridad, ni con beneficencia, ni con filantropía. La ciudad no necesita dádivas; necesita más empleo, orden, desarrollo integral: integración social, cohesión, lucha contra toda forma de racismo, de inequidad, de desigualdad, de machismo. Una ciudad tolerante y solidaria, sin falsos moralismos de herencia colonial. No necesitamos ni aristócratas, ni nobles, ni reinas, ni príncipes, sino dignos ciudadanos responsables de sus barrios, de sus espacios públicos; responsables y solidarios con su país.

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