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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

(No tan) Fábulas conspirativas

13 de marzo de 2015 - 00:00

Tenía planeado escribir sobre la nueva sobretasa arancelaria, pero el Gobierno no necesita que lo defiendan, se puede defender solo. Además, mi contestación sería únicamente una contestación a lo que se ha construido desde esa maravillosa letrina llamada redes sociales. Y el debate se ha degenerado tanto que no es más que un intercambio irracional y visceral de odios. También porque tendría que terminar el artículo con una nota diciendo: “reportó el columnista desde el imperio“, donde se pierde mucho el sentido de cotidianidad de los cambios.

Pero hay otras formas y construcción retóricas que recuerdan que la economía es política, tanto desde el poder estatal como desde el poder mediático. El tratamiento de la medida arancelaria ha sido inescrupuloso. Un titular de El Comercio que dice ‘Arancel del 45% para alimentos importados’ con una foto de puesto de frutas y verduras nacionales lo resume bastante bien. También está un discurso desde la oposición que habla de ‘paquetazos’. El alcalde Nebot hablando de ‘paquetazos’, y uno recuerda la Ley de Modernización del Estado de 1993, votada por el PSC, y que marcó una agenda neoliberal que regaló nuestros recursos mientras se aupaba en un Plan Brady que fracasó, así como fracasó el Ecuador como Estado.

Es esa lucha gramsciana en una esfera de hegemonía, que lleva a una (¿necesaria?) ‘guerra de posiciones’ contra un aparato occidental liberal que colude bajo un paraguas de libertades falsas (libertades para el capital), bajo un discurso homogéneo que busca mantener la conveniencia y sumisión que brinda el statu quo. Son esas percepciones del uso de fábulas conspirativas para desligarse de responsabilidades y culpar al otro. Que puede y debe haber mucho de esto, de buscar chivos expiatorios en cucos mediáticos, en élites y en confabulaciones internacionales. Pero esas fábulas conspirativas (‘un nuevo intento de desestabilización’, ‘restauración conservadora’, etc.) no se las puede reducir a eso, a fábulas (o cualquier otro adjetivo). Porque la historia ha mostrado que estos intentos de desestabilización son reales, por dominación (física) o hegemonía (cultural, o social, o mediática).

No solo es la oscura historia de intervencionismo norteamericano en América Latina, que incluye dictaduras y contras, y un manejo político de instituciones (financieras) internacionales como herramienta para llevar a cabo la homogeneización de la política económica mundial. Es también el hecho de iniciar una guerra al otro lado del mundo bajo falsas pretensiones (todavía están buscando esas armas de destrucción masiva en Irak), es un aparato de espionaje omnipresente (NSA) y un aparato diplomático poco conspicuo en sus ambiciones de intromisión. Es el presidente Obama declarando, absurdamente, a Venezuela una amenaza de seguridad por su ‘intimidación a sus oponentes políticos’, y es también que el aliado estratégico de EE.UU., Arabia Saudita, acaba de sentenciar a un activista de derechos humanos a diez años de cárcel por ‘terrorismo’, y nadie espera que el presidente muestre la misma ‘preocupación profunda’. (También hay un correo de María Corina Machado donde menciona al que fuera el embajador de Estados Unidos en Venezuela, Kevin Whitaker, y una “lucha hasta que este régimen se vaya” con el apoyo y la chequera de EE.UU.; correo que encontrarás en un tipo de medios, pero no en otros).

Hay, al final, esa politización compleja de las intenciones. Esa politización visceral del odio que termina por oscurecer cualquier información. Entonces esos ‘intentos de desestabilización’ son tanto excusa como realidad. Y la parte real es antidemocrática. Es elitista. Y es peligrosa.

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