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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Más socialismo, más democracia

09 de febrero de 2015 - 00:00

“Los revolucionarios no hemos venido para administrar de mejor forma o más humanitariamente el capitalismo. Estamos aquí, hemos luchado y seguiremos luchando para construir la Gran Comunidad Universal de los Pueblos”, decía Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, hace unas semanas.

Claro y evidente es el camino hacia un socialismo del siglo XXI. Esta no es una forma remozada de administración de lo mismo, del capital para el capital, de la explotación del hombre por el hombre.

El socialismo no puede ser una invención intelectual artificial, discursivamente aceptable, pero que en el fondo busque reproducir, actualizar los modos de ser del mismo sistema al que pretende combatir.

El socialismo no es la actualización de las formas capitalistas a un mundo contemporáneo, globalizado y perversamente mercantilizado. El socialismo tampoco es la dislocación ética que padecen sectores autodenominados de vanguardia, cuando bien lucran y disfrutan de los placeres mercantiles, pero se ven a sí mismos como intelectualmente puros e intocables y siempre apostándole al fracaso de todo para que se confirme la falsa tesis de la destrucción total para dar un salto cualitativo.

Si algo define al socialismo históricamente es su condición de excepcionalidad; de campo de lucha social. De ofensiva frontal y sin temor al capitalismo y su burocracia. Usa lo más avanzado del mismo para doblegarlo, pero no para refinarlo y ponerlo al día. El socialismo no puede ser reducido a un conjunto de narrativas donde la idea de la igualdad y la justicia se convierten en un agujero que se traga los mejores ideales de una generación. Un Estado no hace revolución por propia cuenta. El Estado es un medio para esos fines socialistas.

Ingenuo sería pensar que hay campos puros donde no ha llegado el capitalismo. Este es sistémico y se estructura hasta en las formas más desarrolladas de la ética y la estética. Algunos piensan que pueden manejarlo controlando su discurso. Otros piensan que el individuo es su núcleo central. Lo más terrible es que el ser humano ya no es ni siquiera su objeto fundamental, se ha convertido en una pieza entre miles de otras. El carácter deshumanizante del capitalismo hace que se encubra hasta en las formas más tiernas de los sentimientos.

Por eso muchos sienten miedo a la revolución. Algunos quieren revolución a su medida, a su talla, a su beneficio, pero no más. El socialismo es altamente democrático porque radica en la cotidianidad de un pueblo consciente de su historia. No se agota en los logros estatales y menos aún en un derecho burgués con rostro humano.

Como dice Linera: “El socialismo no es una nueva civilización; no es una economía o una nueva sociedad. Es el campo de batalla entre lo nuevo y lo viejo (…)”. Ahí radican las grandes confusiones al creer que el socialismo es un punto de llegada o de partida. No, el socialismo es un estado de situación de crisis profunda estructural con movilización social. Es una bisagra de articulaciones colectivas e individuales, de contradicciones y conflictos que ponen en movimiento a la historia del mundo con un objetivo: terminar con la dictadura del capital.

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