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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La doble carga

06 de marzo de 2015 - 00:00

En la Cantata de la planificación familiar Opus 22 de Johan Sebastian Mastropiero, Les Luthier abre con ‘Desconfíe del ciclo natural’, que es un allegro, luego pasa a ‘La confianza mata el hombre’, que es la coda del allego, y cierra con el ‘Calypso de las píldoras’, andante tranquillo senza complicazioni. Hay una parte donde cantan: “El ayuno y abstinencia son una cruel solución. Método antiguo, poco agradable, para evitar la procreación”.

Pero la educación sexual no es un chiste. Algunos la considerarían parte del ‘arte de amar’. Esa consideración nace de la mente de los autores del algo controversial Proyecto Plan Nacional de Fortalecimiento de la Familia, adscrito a la Presidencia de la República y la nueva estrategia transversal para abordar la planificación familiar: lo que en nuestro país se traduce en cómo reducir las tasas de embarazo adolescente (la más alta de América del Sur) y todo lo que esto conlleva. Según el plan, “una consecuencia (no la única) del inicio precoz de la actividad sexual es el incremento de la tasa de embarazo adolescente”.

Y creo haber encontrado la falacia estadística que sustenta todo el discurso pro-valores de este cambio de política del Gobierno: la relación causal entre actividad sexual y embarazo adolescente. Sí, mientras más temprano te inicies en la actividad sexual más alta es la tasa de embarazo adolescente (el gráfico 4 del plan lo muestra), pero correlación no implica causalidad. Hay una explicación exógena a esta relación: y es no solo la educación sexual, sino el tipo de educación sexual.   

En otro artículo destaqué un estudio de la Unesco donde se menciona que es la educación sexual plena la que proporciona más información sobre el VIH, es más eficaz en el uso de condones y para rechazar relaciones sexuales, genera menos parejas sexuales y tiene una mejor prevalencia de actividad sexual temprana. Otro estudio de la Universidad de Washington sugiere que los adolescentes que recibieron una educación sexual integral eran significativamente menos propensos a reportar embarazos adolescentes que aquellos que no recibieron educación sexual. Aquellos que recibieron educación sobre abstinencia no tienen diferencia con aquellos que no la recibieron. Más aún, confirma el estudio de la Unesco, sugiriendo que fue una educación sexual integral la que reduce la probabilidad de que un adolescente tenga relaciones sexuales.

Lo que más llama la atención es la distribución del tipo de educación sexual. Y eran precisamente los cuartiles más bajos, los estratos más pobres, los que menos educación sexual integral recibieron. En un sistema como el nuestro, donde todavía la educación pública llega principalmente a los estratos más bajos, entonces la carga es doble, si es esta población la que será expuesta a un plan basado en valores, holísticos, sí, pero atravesados por esa idea de los valores como eje conductor de la política de educación sexual, donde se confunde el rol del Estado como director de la política pública y no de compás moral. No es cambiar una “mera instrucción de (…) conceptos académicos y empíricos”, que no es una ‘mera instrucción’, sino instrucción efectiva; es poner en riesgo a una población de por sí vulnerable.

Y luego también está esto que Antonin Artaud dijo: “Nadie ha escrito, pintado, esculpido, modelado, construido o inventado, excepto para salir del infierno”. Entonces, si el plan se concreta, tendremos menos creativos. Por donde se lo vea perdemos…

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