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El Telégrafo
Fander Falconí

De la paz y de los refugiados

06 de julio de 2016 - 00:00

El gran país del norte, Colombia, al fin se acerca a la paz interna, merecida tras largos años de conflictos. Desde la Colonia, cuando el virreinato de Santa Fe incluía a Panamá, debió soportar los continuos ataques de los piratas ingleses. Ningún otro puerto del Caribe fue tantas veces atacado como Cartagena. Durante la Independencia, su territorio fue escenario de muchas batallas. Tras la disolución de la Gran Colombia, la república de Nueva Granada, así como las posteriores Confederación Granadina y Estados Unidos de Colombia, tuvieron conflictos internos durante el siglo XIX, extendiendo la rencilla hasta las fronteras de Ecuador, durante la época de García Moreno. A fines de ese siglo, ya formada la República de Colombia, también hubo guerras civiles, afectando a nuestro territorio en tiempos de Eloy Alfaro.

Como se refleja en la novela más leída de García Márquez, Cien años de soledad, la eterna lucha entre liberales y conservadores marcó la vida de Colombia. A mediados del siglo XX, ambos partidos estaban integrados al sistema. Y como dijo el líder político asesinado en 1948, Jorge Gaitán: “La oligarquía liberal y la oligarquía conservadora explotan al pueblo conservador al pueblo liberal”. Hace 60 años, liberales y conservadores ya no se peleaban y concertaron un acuerdo tácito de paz. Pero la injusticia social para entonces alcanzaba límites intolerables. Coincidiendo con la Revolución Cubana y la Teología de la Liberación, aparecieron focos de rebelión en Colombia. El sacerdote guerrillero Camilo Torres es el prototipo de esa rebeldía.

Después de unos 50 años de guerra civil (Torres fue asesinado en 1966), Colombia se enrumba en una nueva era de paz. Esto es un logro de la gente práctica en Colombia, liderada por el presidente Santos y los dirigentes de las FARC que negociaron en Cuba, al haber aceptado ambas partes que la solución militar era inviable y demasiado costosa. Y es una derrota para la gente intransigente encabezada por el expresidente Uribe, que casi convierte a Colombia en otro Vietnam.

El proceso de paz afectará de manera directa a Ecuador, así como el conflicto nos afectó en muchas formas. Primero, la violencia en la frontera norte deberá calmarse y esperamos que nunca se repita un episodio tan infame como el de Angostura. Lo segundo, es el caso de los refugiados. Hace poco comentaba una funcionaria de Naciones Unidas que el país latinoamericano que más refugiados ha recibido es Ecuador (si tan mal pinta a Ecuador la oposición, ¿cómo es que tenemos tantos refugiados en buenas condiciones?).

Pero lo más importante es construir la paz, a ambos lados de la frontera. Colombia debe meditar en las causas que llevaron a la guerra civil, las mismas causas que permitieron antes la existencia del narcoterrorismo atrincherado en Medellín: pobreza, injusticia, desigualdad, desempleo, falta de oportunidades, malos servicios públicos. La paz no sería completa si no se termina la negociación con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y si no se asesta el golpe definitivo contra Uribe y sus secuaces, los abanderados del neoliberalismo. Solo la justicia social hará permanente la paz. (O)

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