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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

¿Corbatas para los niños?

31 de mayo de 2018 - 00:00

“La gente me ha enseñado a ser discreto, / sereno, complaciente, equilibrado...  / A cambio de mis sueños me han dejado  / un sitio para el vicio y el pecado”, cantaba Roque Narvaja en el tema Yo quería ser mayor y concluía: “No quiero ser un hombre domesticado”. Meng Tse, en el siglo III, antes de nuestra era, exclamó: “Dejamos de ser un poco seres humanos el día en que perdemos el asombro de los niños”.

El poeta Carlos Suárez Veintimilla en Ser niño escribió: “Es sentir por la muerte de una flor o de un ave / y gozar la sonrisa de la cosas pequeñas; / y tener, ante el mundo diplomático y grave, / dos pupilas risueñas”. Por algo el profeta que caminaba por las aguas pedía que los niños vayan a su lado.

“Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades; pero les dio un subsuelo profundo y sólido: la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo”, escribió Michael Foucault en su obra Vigilar y castigar. Debe ser por eso, que el emblemático tema Otro ladrillo en la pared, de Pink Floyd, señala: “No necesitamos ‘la no educación’. / No necesitamos ‘la falta de control mental’. / No al sarcasmo oscuro en la clase… /¡Hey! ¡Profesores! ¡Dejad a los niños en paz! / A fin de cuentas, es solo otro ladrillo en la pared”.

Ahora, con tantos deberes, los niños no tienen tiempo de jugar. Habría que mirar un poco más el sistema educativo de Finlandia, mientras perdemos al niño que fuimos, entretenidos en limar la herrumbre en nuestras corazas. “Mientras seamos niños, podemos ser duendes / después, solo tipos con corbata”, tarareaba en una canción. Hay que tener en el velador a El Principito, de Saint-Exupéry: “Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”. (O)

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