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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Construyendo el Nacimiento

03 de diciembre de 2023 - 00:00

La magia de la Navidad en nuestras familias empezaba con sacar las figuras y armar el Nacimiento. Celebrábamos la tradición que originó San Francisco de Asís. Cada año había consultas entre padres e hijos sobre cómo desplegarlo. De repente había aparecido alguna nueva figura que debía encontrar su lugar importante. Me acuerdo con asombro de una hermosa fuente blanca de cristal de la que surtía el agua y que nos tenía extasiados.

Este año, nuestro Nacimiento va a estar hecho con las figuras que tenemos. Empezamos a armar un pueblito encantado, con sus casas alineadas. La gente del lugar es gente laboriosa, uno trabaja con el yunque, otro con las herramientas del taller de carpintería, las mujeres lavan o llevan manzanas del huerto en sus canastas, hay jóvenes que están alimentando a los patos en la cocha, el panadero amasa el pan y sus vecinos casi que perciben los aromas cálidos que salen de su horno de leña. En una casa más elegante que las demás, sus dueños se regocijan desde sus ventanas observando el esplendor de los pavos reales que pasean en sus patios traseros.

Saliendo del pueblo, un corral acoge a las ovejas que regresan con sus pastores. Más allá, en la zona agreste, se erige el portal de Belén, con figuras que cuentan la historia más entrañable. El Niñito yace entre las pajas, entre sus padres María y José que están estáticos de alegría. Lo mantienen calientito el aliento de la mula y el buey. La escena emana ternura. Los caminantes se dirigen hacia el portal, llevando consigo ofrendas al recién nacido.

Entre los caminantes, los principales protagonistas son los Reyes Magos, montados sobre camellos. Cada uno porta su traje de Oriente, su turbante y su capa iridiscente, lleva en sus manos el oro, el incienso y la mirra con los que rendirán su homenaje al niño de Belén. Una estrella guía a los reyes. Muchos pastores les siguen y también vienen a adorarlo. Una mujer carga un cántaro, llevando agua para lo que puedan necesitar los del portal. Un viejito con su bastón camina con dificultad para arrodillarse frente al pequeño Rey. Hay caminos, senderos, potreros, cascadas. Los ángeles están encaramados sobre el portal o aparecen en el cielo de papel crepé, en donde hay nubes de algodón y estrellas de papel dorado.

Este escenario vivo y palpable nos llena de emoción. Mientras lo armamos, no podemos dejar de recordar las anécdotas de Navidad que conocemos y que se entrelazan con su magia. Mientras ponemos un poco de harina que simule nieve sobre las casas nos acordamos de una pareja de amigos que, en una Navidad, al no contar con dinero para los regalos de los pequeños, decidió como mejor opción traer todos los juguetes “viejos” de los niños al pie del Nacimiento para celebrar la llegada de los “nuevos”. Los chiquitos quedaron muy felices sin reparar cuán pocos eran los juguetes recién llegados.

Ahora debemos construir un Chimborazo en el Nacimiento, pero optamos por un Cotopaxi con su erupción de humo y lava. Al elaborar nuestra montaña con papel de aluminio, recordamos cómo en nuestras familias los zapatos de los niños –de mayor a menor debían colocarse al pie del Nacimiento. Nuestra madre, en una Navidad, quería agasajar a sus hijas con muñecas-bebé. Para ello mandó a hacer coches en mimbre y madera, los adornó con colchones, sábanas y colchas hechos por ella, que luego cubrió de tules y encajes. Estoy segura de que mis hermanas recuerdan, como yo, el tesoro de amor que significaron para nosotros esos regalos.

Y así, seguimos experimentando y recordando lo que es en realidad el espíritu de Navidad. Mientras hacemos un pequeño bosque con nuestros árboles diminutos, nos acordamos en cómo una familia cercana hacía desaparecer unos tres meses antes de Navidad un triciclo, para mandarlo a pintar de otro color y regalarlo esta vez al más chiquito. O cómo en nuestra familia nos concientizaban a los hijos mayores que la Navidad está dedicada para los pequeños y para los más pobres.

Nos ponemos a oír villancicos mientras armamos el pesebre. Y recordamos cómo nuestro padre creaba el ambiente de Navidad coleccionando villancicos de todo el mundo y enseñando a sus hijos a cantarlos en diferentes idiomas. O se nos hace agua la boca rememorando las aguas de canela con punta que preparaba nuestra tía Chabi para después del rezo de la Novena.

¡Y ya hemos puesto las luces en el pesebre! Nos encanta pensar en lo que consiguen con su trabajo ímprobo muchas madres que trabajan hasta la madrugada haciendo dulces, compotas, troncos navideños, chutneys, buñuelos y pristiños con miel de naranjilla. Pensamos en las familias que se reúnen para hacer objetos para los bazares navideños, con figuras que recuerden lo que significa el tiempo de Navidad. En las personas de asociaciones que ya han recogido las canastas de alimentos para llevar a las zonas donde se los necesita. Todos trabajan para la unión y el bienestar de los demás.

El ingenio, la generosidad, la creatividad, el trabajo florecen como las estrellas de Panamá. Pareciera que todos estamos unidos en el deseo ferviente de regalar a los demás momentos inolvidables. En cada anécdota, en cada adorno, en cada regalo se encuentra la promesa de un tiempo lleno de magia y amor. El ejercicio que hemos hecho de entrelazar las experiencias que recordamos mientras construimos nuestro Nacimiento nos llenan de nuevo de la ilusión más pura.

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