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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Comentarios de la Cumbre de Panamá

24 de abril de 2015 - 00:00

Por séptima vez los presidentes de las repúblicas latinoamericanas se dieron cita para dialogar con sus pares de los vecinos, aledaños y remotos, potencias anglosajonas: Estados Unidos y Canadá. Estas asambleas organizadas por la OEA sustituyeron en fuerza las conferencias interamericanas de ingrata recordación para el conglomerado de América Latina, por la cadena de ilegalidades que se cometieron en su ejercicio; no obstante, esta tuvo objetivos, trámite y, obviamente, una agenda compatible con los nuevos tiempos. El membrete del cónclave ‘Prosperidad y Equidad’ parecía soslayar los hechos políticos que, estaba claro, cubrirían las expectativa del encuentro magno.

Y entonces, la que culminó hace dos semanas en el querido suelo panameño, por las connotaciones  especiales presentes, pudo hacer la diferencia en sus cauces y en los frutos con otras cumbres hemisféricas, las de antes que con fementidos fines similares congregaban a dignatarios de la región, según se decía, en aras de mejorar las condiciones socioeconómicas de los pueblos, y  que no llegaban más allá de los temas comerciales y añosas políticas de alineamientos, y que  en el pasado tipificaron las relaciones del país del Norte y nuestras naciones. Mas, sucedió que por primera vez la voz de América Latina y el Caribe fue un clamor de unidad, fuste y decencia, para  acusar las políticas de dominio del imperio y defender el espíritu bolivariano de la Patria Grande.  

Las circunstancias económicas y sociales del momento actual, donde el mundo desarrollado no acaba de salir de sus crisis, son elementos sustanciales en una estrategia liberadora que permita a Latinoamérica señalar la necesidad de la transformación de los fundamentos y la conducta de la política extranjera de EE.UU. y de las mesiánicas ideas de considerarse el ‘gran hermano’ y por ello garante de lo que pase o deje de pasar en su traspatio. La evocación de las épocas  del ‘destino manifiesto’ y el  irrespeto al derecho internacional con el que EE.UU. invadió militarmente tierras nuestras, con  miles de víctimas y desolación, le fue recordado al presidente Obama por Rafael Correa y otros mandatarios en Panamá, lugar de una de las últimas masacres. ¿Ni los malabares y contorsiones de olvidar el pasado y ver el futuro fueron argumentos para justificar ese hecho vil?

La presencia de Cuba en este coloquio fue el punto culminante referente de otras juntas de gobernantes del continente. Expulsada del sistema interamericano en la malhadada e írrita asamblea de la OEA de Punta del Este en 1962, la mayor de las Antillas sufre un bloqueo ilegal e inmoral que dura más de media centuria, sin embargo está allí, dando ejemplo al orbe de dignidad y solidaridad. El cambio de época posibilitó que su ausencia no se mantuviera. Ahora la regulación de relaciones diplomáticas entre la isla y EE.UU. con el pedido de Obama al Congreso de sacar a Cuba de la lista de los países terroristas y con el poder del veto presidencial en 45 días será una realidad. La visión de Rafael Correa y de su canciller Patiño, de que sin Cuba no puede haber cumbres, se cumplió.  

Sin embargo, creo que la mayor fortaleza mostrada en la VII reunión presidencial de Panamá es la férrea unión de las repúblicas del Sur, no solo en grandes causas sociales: el cese de la pobreza, la cobertura y optimización de servicios de educación, salud, bienestar, energía y, sobre todo, en los conceptos en defensa de la patria de Bolívar, como expresión del respeto a inmutables principios del derecho, a la autodeterminación y la no intervención. El tema de Venezuela amenazada desde dentro y fuera por sediciosos sin conciencia demostró el nuevo espíritu libertario latinoamericano. (O)

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