V. I. Lenin, en 1899, decía: “No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que estos extraigan todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos de acción”.

Cien años después, Axel Honneth, el mayor exponente de la tercera generación de la Teoría Crítica, cuestionó profundamente las ideas de un dialogismo elitista habermasiano de izquierda, sin lucha social. Esta, o bien se tornó en conflicto entre ideales morales de actores individuales o colectivos contrapuestos y dispuestos a tomar el poder, o se tornó en una disputa del poder desde el mismo poder.

América Latina ha vivido ambas dimensiones. Hablar de lucha de clases y de ideología quedó proscrito, como aspirar al poder político quedaba desmitificado. Disputar el poder político era posible, pero a la vez abandonando el núcleo central de la lucha social: las clases sociales, estamentos y castas, existentes en la estructura social latinoamericana.

La idea histórica de la disputa de la propiedad privada de las élites quedó enterrada, bajo la lógica de que era algo superado y superable haciendo que todos sean propietarios. ¿Mariátegui? Ya no interesaba. Agustín Cueva fue de a poco recluido en el ensueño de los homenajes y las ponencias.

Lo virtuoso del progresismo fue por el pragmatismo lleno de ideología y pensamiento político, pero a medida que triunfaba, se fue vaciando de aquellos y sustituyéndose por el encanto de lo estatal. Ir a toda máquina fue la consigna y los logros están ahí, sin embargo, a medida que el futuro se hizo presente, el vaciamiento ideológico se profundizó. ¿Y el socialismo?

Los unos como los otros en Ecuador deben decirlo con claridad y sin tapujos: ¿Avanzamos o no con y en el socialismo? Justicia social, equidad e igualdad de oportunidades, fin de la violencia de género, no será posible, de ninguna manera, reformateando el capitalismo patriarcal a corto o a mediano plazo. ¿Y entonces? (O)