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El Telégrafo
Juan J. Paz y Miño C.

Un día sangriento

12 de septiembre de 2016 - 00:00

Los informativos internacionales han recordado los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en los EE.UU., cuando un grupo de la red yihadista Al Qaeda realizó ataques suicidas sobre varios objetivos, aunque las imágenes más impactantes fueron las de dos aviones que se lanzaron contra las torres gemelas del World Trade Center en New York.

El 11-S fue un día de horror, que el mundo vivió en directo por las transmisiones de la televisión. Y en cuestión de horas se supo que se había tratado de un golpe terrorista, que no solo levantó la condena mundial y un sentimiento de solidaridad y dolor internacional con el pueblo norteamericano, ensangrentado con miles de muertos y heridos.

Pero hay otra fecha igual que en América Latina no puede ser olvidada: el 11 de septiembre de 1973, cuando un golpe de Estado derrocó al presidente Salvador Allende en Chile (1970-1973) e instauró una dictadura presidida por el general Augusto Pinochet (1973-1990).

Aquel día fue bombardeado y luego ocupado el Palacio de La Moneda, sede del gobierno en Santiago, y murieron Allende y sus cercanos colaboradores.

Las imágenes de los sucesos también fueron transmitidas al mundo. Con el paso de las horas y de los días, mientras fue conociéndose el horror de una dictadura terrorista, que no había tenido ningún límite al momento de matar, apresar, torturar, desaparecer y perseguir a decenas de miles de personas, si bien se levantaron condenas mundiales al régimen, hubo igualmente voces y posiciones a favor de semejante dictadura, que supuestamente había librado a Chile del ‘comunismo’.

El paso de los años y el acceso a documentos desclasificados y a estudios especializados, han permitido esclarecer que en el origen de la dictadura terrorista de Pinochet estuvieron no solo la CIA, sino también gigantes monopolios internacionales, pero además altos empresarios y políticos.

La ‘guerra sucia’ del régimen pinochetista, justificada por la doctrina de la seguridad nacional y enfilada exclusivamente contra todo ‘izquierdismo’, demostró que se había acudido a la fórmula más extrema para instaurar el neoliberalismo en el país y con ello el reino de los negocios privados y del mercado ‘libre’, sin importar cuántos muertos quedaban en el camino.

El ‘modelo’ de economía chilena pasó a ser un ejemplo entre las elites del poder económico de los países latinoamericanos. En Ecuador, durante las décadas de 1980 y 1990 hubo voces empresariales y políticas que aplaudían el ‘proceso’ chileno, hablaban de él como un ideal a seguir y hasta repetían que para modernizar al país era necesario contar con un ‘Pinochet propio’. Se requería, decían, de una ‘autoridad fuerte’ y no tenían empacho en imaginar los muertos, torturados y desaparecidos, que el neoliberalismo criollo igualmente necesitaba para ser implantado de una vez por todas.

Las viejas palabras parecen haberse olvidado, pero no el ‘modelo’. Y para las elecciones de febrero de 2017 ya están organizadas las fuerzas del retorno, que no tendrán límite alguno al momento de reinstaurar el ‘ideal’ del mercado libre y el dominio de los negocios privados.  (O)

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