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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Sousa, el intelectual que “defiende” la Revolución ciudadana (II)

26 de mayo de 2014 - 00:00

El texto del intelectual de la democracia participativa Boaventura de Sousa Santos, que comenté en mi artículo anterior, pone nuevamente en el tapete la añeja discusión del rol de los intelectuales y su relación con el poder. Desde la visión erosionada del intelectual orgánico hasta la más aséptica de rechazo a cualquier forma de poder, los intelectuales se han movido en una compleja relación con respecto del poder. Esta tensión es irresoluble, puesto que el intelectual emite sus interpretaciones críticas, y eso genera malestar al poder.


Para Bobbio, el rol de un intelectual es crear, portar y difundir ideas. Podemos constatar ciertos ‘modelos’ que son constantes: el intelectual puro o apolítico, cuya convicción sostiene la separación absoluta entre la actividad cultural y la lucha política. En contraposición, el intelectual siervo del poder sostiene la preeminencia de la política y, por tanto, el sometimiento de la cultura a ésta. Mientras que el intelectual antagonista del poder se distingue al entender la fuerza de las ideas en una arena no política. Pero surgen dos nuevos modelos en una sociedad democrática avanzada, el ideólogo, cuyos principios se constituyen en guía e impulsado por una ética de la convicción; y el experto portador de conocimientos, enfocado en la solución de problemas, movido por una ética de la responsabilidad.


Desde una posición arrogante los intelectuales frecuentemente se han constituido en esa ‘conciencia’ de la sociedad. Sin embargo, ya se ha reconocido que los propios intelectuales no están al margen de pasiones y mezquindades, igual que cualquier otro mortal. Según Foucault, las masas no requieren de intelectuales que les señalen su curso de acción, ellas tienen un saber el cual no es reconocido. En la relación saber-poder los intelectuales suelen acomodarse de forma complaciente, por lo cual ya no son los agentes de la conciencia, su rol más bien está en el terreno del saber, de la verdad, del discurso, su papel es ‘elaborar el mapa y acotaciones’ de las batallas a librar y no precisamente señalar cómo se llevaría a cabo ésta.


Cuando se habla de la relación del intelectual con el poder generalmente se asocia con el poder político, pero también existen poderes informales, mediáticos, fácticos. Frente a todos ellos el intelectual debe estar alerta, y manejar su pequeño coto de poder que se apuntala en la crítica social. Aunque el intelectual correrá siempre el riesgo de ser asimilado o de ser silenciado por el poder, ese peligro será mayor cuando se olvida de su función crítica. Finalmente, el lugar donde se coloca el intelectual no resulta tan crucial, lo decisivo siempre es la producción de su pensamiento, sin importar dónde se encuentre.


Bajo la seducción y fascinación del poder político, los intelectuales terminan militando en bandos hostiles entre sí. Plantea Bobbio, entonces, superar el esquema de traición/deserción y moverse no desde la dogmática convicción ni tampoco desde la intransigencia, sino más bien decantarse por un compromiso crítico. Esta parece que es la opción que ha tomado el intelectual de Sousa Santos, y aunque bastantes millas lo separan de lo que ocurre en Ecuador, su posición asume que el proceso ecuatoriano es reversible. Hemos leído atentamente al intelectual, quizás ahora debemos dar una oportunidad para escuchar al poder y sus reacciones.

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