Quito, duele decirlo, soporta el deterioro de sus veredas o aceras, que causan numerosas víctimas y deslucen la Ciudad Patrimonio de la Humanidad, a diferencia de otras ciudades del país.     

Fuera de las construidas en los últimos años para edificios nuevos (algunas ya con daños), la gran mayoría de aceras quiteñas está con fisuras, huecos, falta de adoquines, altos y bajos, sin un piso uniforme, que se requiere para garantizar niveles normales de funcionalidad, seguridad y estabilidad. Hasta hay obstáculos y raíces de árboles que destruyen aceras obligando al peatón a bajarse a la calzada peligrosamente, una verdadera trampa para quienes nos vemos obligados a caminar como sabuesos, fijos los ojos en el piso,  temerosos de dar un mal paso.

Las estadísticas, si se llevan, deben ser alarmantes. Desde que me convertí en peatón, llevo dos caídas cuan largo soy, y mi esposa, recientemente, sufrió un penoso accidente en la avenida González Suárez, de regreso de la peluquería, justo donde meses antes se había lesionado una rodilla una de sus amigas al caer, por defecto de los adoquines, frente al Español, poco antes de llegar al edificio Panorama (cuya acera está renovada).

Entiendo que la ordenanza  3457, art. 9.1, responsabiliza a los dueños y habitantes de las construcciones a “pavimentar, conservar en buen estado y reparar, cada vez que sea necesario, los soportales y veredas que correspondan a la extensión de su fachada”. Normativa para cumplir, siendo explícito que “los propietarios de edificios y solares son los sujetos pasivos directos de las obligaciones establecidas en esta ordenanza, y, solidariamente quienes sean sus inquilinos, o que a cualquier título posean el inmueble”.

Se espera que las respectivas direcciones metropolitanas, departamentos, empresas, dependencias y administraciones zonales hagan cumplir lo dispuesto en esta normativa.

Queremos una ciudad con aceras funcionales y seguras, donde se hagan cumplir las ordenanzas. (O)