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El Telégrafo
César Hermida

Religiones y restricciones

03 de diciembre de 2016 - 00:00

Hasta hace más de dos mil años, como se observa en las ruinas romanas, mayas o incas, la infraestructura de los caminos, acueductos, baños, sitios de congregación, viviendas, estaba adecuada para las necesidades colectivas. Pero desde entonces, y sobre todo a partir del cristianismo en Occidente, con Constantino (siglo IV) se inició la construcción de iglesias y catedrales, de modo que hasta en el pueblo más remoto de nuestra América se hallan hasta hoy las capillas para que el cura predique la resignación y la obediencia y cumpla con sus ritos y con su sermón dedicado a la salvación del alma individual. No importa que no exista agua o alimentos para la población, o viviendas, o trabajo, o caminos o justicia.

También a partir de entonces se restringió el placer. Desde el mismo Concilio de Nicea, convocado por Constantino, se estableció la virginidad de María y se prohibió el placer, sobre todo el de la sexualidad. Como dice en su Tratado de Ateología Michel Onfray (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2006, P. 11), citando a Esther Díaz: “Los tres grandes monoteísmos vigentes atentan contra el placer y la vida”. Y continúa (P. 15, con la misma Esther Díaz): “El cristianismo, el judaísmo y el islamismo, como si se hubieran puesto de acuerdo, desestiman la condición femenina, desprecian el cuerpo y descalifican los goces mundanos”. El mundo, el demonio y la carne fueron los tres grandes enemigos o riesgos para la condenación eterna. Y, en dichas sociedades machistas, la carne se refería al disfrute del placer corporal, sobre todo con la mujer.

La religión planteó la salvación del alma considerando al cuerpo como la prisión de la misma, y fuente de pecado. El cuerpo, para evitar el estímulo de sus placeres, debía ser castigado, azotado (aunque dichos azotes llevaran a morbosas satisfacciones masoquistas). Onfray dice (P. 57) que Feuerbach no niega la existencia de Dios, sino que “hace la disección de la quimera”, de esa quimera subjetiva alejada de la realidad corporal. Y como el alma quedó en manos de la religión, el pobre cuerpo, vilipendiado, pasó a manos de la medicina. Por eso, continúa Onfray (P. 72): “En Occidente, los que curan abordan el cuerpo enfermo… ignorando que piensan, actúan, y diagnostican a partir de su formación, que incluye la episteme cristiana… el consumo de la fruta prohibida, la desobediencia, la falta cometida en el jardín de las delicias… por lo tanto, merecedor de reproches y castigo”.

La humanidad anhela abrirse hacia la libertad, hacia un cambio civilizatorio. (O)

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