Ecuador, 14 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

¿Qué vamos a reconstruir?

30 de mayo de 2016

El terremoto ocurrido en Manabí y Esmeraldas deja un cúmulo de lecciones. Pensar el sismo (concebir el fenómeno natural) pasa por no aceptar, de manera supersticiosa, que la naturaleza contiene y expresa una moral castigadora sobre los humanos que no aman su hábitat, y, por el contrario, resucitan la idea de lo sobrenatural para justificar sus miedos. Pero el terremoto no es un castigo ni natural ni divino. Es la savia de la tierra reacomodando fibras y energía íntima.

Así, el temblor, nos devolvió a la realidad; a aquello que se forjó históricamente como relaciones sociales y modos de aprovechar el entorno para la subsistencia y la reproducción humanas; a aquello que en un momento, luego de siglos, ya es un lugar natal, una cultura, una tradición.

Un aprendizaje, en este caso, es que Portoviejo, Manta, Pedernales, Canoa, etc., son espacios donde la tradición manabita hizo vida y sabiduría; pero la modernidad, concebida como progreso material, introdujo convenciones constructivas que alteraron (o relegaron) el uso de la madera, la caña guadúa, y tantos otros aparejos básicos para la fabricación de moradas seguras y adecuadas con y para el medio. El cemento implantó una lógica diferente y, además, un fingido prestigio social que mutiló la herencia de una sencilla y útil reciprocidad con el ambiente.

Pero cambiar madera o caña por cemento no ha sido un error en sí mismo, ni una traición a los hábitos de los manabitas, verbi gratia. El cemento invadió al Ecuador y más bien es la expresión de que los tiempos cambian y de que no siempre el conocimiento de las comunidades ‒de la Costa o la Sierra‒ determina la asunción real de nuevas prácticas, o la toma de decisiones referidas a la concepción del hábitat privado o público. Es como si el cemento fuera bueno solo por su dureza (durabilidad) y no por la ciencia aplicada en los ángulos de la construcción moderna, es decir, la ingeniería y la arquitectura. Es en este punto donde se desbanda la empírica y la razón, y numerosas edificaciones sucumbieron más por la negligencia de una cadena de actores (propietarios, profesionales de la construcción, empleados de municipios, etc.), que por la adopción legítima de otros materiales, saberes y estéticas.

La opción de construir con puntales de madera o columnas de hierro y cemento tiene obvias condiciones: estudios de suelo y técnicas para soportar estructuras pequeñas y/o con proyecciones de altura. Semejante operación brega por encajar en la cultura cotidiana elementos de la ciencia y sus derivaciones técnicas. Pero… el corto plazo es la variable que congela deseos, planificación, futuro. ¿Corto plazo para tener techo, para comer al día, para quizá amanecer mañana?

No es fácil. El país entero es la muestra fehaciente de que la ‘modernidad’, en lo alusivo a construcción de casas y edificios, es la jugada del círculo capitalista y sus sostenes de consumo y apariencias: se construye para salvar el presente y no para sostener el futuro. Una noción a tener en cuenta precisamente en la fase de reconstrucción que empieza ahora, y que debería asumir una premisa más honda: reconstruir valores y cultura, y no solo precios y tejados. (O)

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media